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John Grishan ejerció primero de abogado, luego se dedicó a escribir novelas de las que vendió millones de ejemplares. Por si alguien se quedaba sin enterarse de los argumentos, hasta nueve de ellas fueron llevadas al cine, con éxitos tales como 'La tapadera' o 'El ... informe Pelícano'. La última que he leído de este autor fue 'La confesión', que además de un alegato contra la pena de muerte, es una denuncia contra la actual justicia, y el racismo todavía subsistente de algún modo en EE UU. Trata de un muchacho negro que está acusado de asesinar a una joven blanca. Ambos cometieron el error de ser amigos, y a los dos les cuesta la vida. El joven negro era inocente, y eso se sabe desde el principio, pero poco importaba, porque en Texas la Policía también sabe hacer 'hábiles interrogatorios' con ambas manos. Si, como se dice, los alegatos de Grishan han conseguido parar algunas ejecuciones, el novelista tiene que sentirse satisfecho. Pertenece a la singular especie de a quienes les interesa arreglar el mundo, cuando tantos nacen sólo para emporcarlo.
Se cumplen estos días diez años del asesinato de la niña Asunta Basterra en Galicia, atribuido a sus padres adoptivos. Algunos periódicos vuelven a revolver el asunto y en vez de ofrecer información, lo que hacen es llenar de espanto. La culpada Rosario Porto ya no está, porque le dejaron al alcance un cinturón con el que se quitó la vida días antes de salir a la calle con un permiso especial. Los abogados pidieron nuevas pruebas forenses, pero el cuerpo de la niña había sido incinerado. En las diligencias se reclamaron testimonios de los padres de Rosario Porto, pero con la inoportuna coincidencia de que murieron en un corto periodo de tiempo después del asesinato de la niña. El pueblo soberano, o sea, representado por la hez del mismo, tuvo ocasión de llamarla asesina, a la madre, o asesinos a los dos a la salida y entrada de los juzgados. El pueblo, y algunos de los que supuestamente informan hicieron justicia por su cuenta, fueran o no culpables. Hasta con muerte incluida.
Hubo el caso de otra mujer gallega, Dolores Vázquez, acusada de asesinato donde la justicia se vio obligada a rectificar. Fue condenada de antemano por la tropa canalla, arreada por ciertos medios. Yo estaba aquellos días en Marbella y en la televisión de Gil y Gil y la andaluza, se veía a la presunta esposada y llorosa, mientras le llovían improperios: ¡Azezina, azezina, mecagontusmuertos! Dolores Vázquez se probó que era inocente. ¿Creen que alguna de esas bizas y rabizas de varios sexos que la insultaron le pidieron luego disculpas?
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