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Mi currículo, que no es brillante, tampoco tiene por qué ser discreto. Nací en ese Occidente asturiano que acaba de ser calcinado, y proseguí siendo aldeano en esta apartada orilla de Bernueces, que hasta ahora no ha sido pasto del fuego, aunque sí lo fue ... y lo sigue siendo de los ladrones. Escuché en la infancia y juventud que había que quemar matorrales que avanzaban hacia los pastos, pues un argomal es un espacio tan inútil como puede serlo un desierto de arena. Ambos, las árgomas y la arena, tienen el maleficio de avanzar sobre los cultivos, y mirando el ganado enjuto de los montes, el que lo cuida procura su alimento por necesidad y si me apuran un poco hasta por compasión. Al aldeano le duele en su propia alma, o llámenlo como quieran, el hambre que pasan sus animales cuando no tiene pienso ni pastos para ofrecerles. El aldeano ve cómo crecen los matorrales, que no sirven para nada, mientras disminuye su hacienda comida por la maleza. El aldeano sabe que en los despachos se juntan ¡oich! ellos, ellas y elles para dilucidar sobre la salud del hermano lobo, preguntándose si el ganadero pinta algo en esa arcadia que ellos tienen 'in mente', de fieras de garra y colmillo. Pero de momento no salen las cuentas. El aldeano sigue siendo útil para que aporte el ganado para cebar al cánido y al plantígrado. A ser posible la oveja y la cabra, para que las fieras bien amadas no tengan que perder el tiempo llagando cuadriles. De lo contrario, habría que arrimar al monte, cuando el último aldeano se vaya, ovino y caprino de mal ver, como los que sueltan en los zoológicos, para cebar a las fieras que hacen ascos a la carroña.
Cuando el villano visita lo rural, o sea: habitante de villa o ciudad que se adentra en los campos o los montes y lleva en su cabeza algún trozo de las enseñanzas de los supuestos humoristas. Esas personas infames que esparcen sus supuestas gracias imitando a un mariquita, un tartamudo o un paleto. Por lo tanto, el villano entiende que al hombre de la fesoria hay que hablarle alto, para que entienda, ya que lo juzga escaso de neuronas. Y ahora que algunos políticos los apuntan con el dedo, como sospechosos de incendiar montes, el aborrecimiento llegará a multiplicarse.
Qué bonito sería que a menudo se sentaran a dialogar aldeanos, guardias encargados de vigilancia, bomberos y políticos, si los hay que no estén coartados por talibanes del ecologismo. Hablar de los cortafuegos sin limpiar y otros que se necesita abrir, de entresacar madera y limpiar la maleza. En fin.
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