Aquellos tiempos del pasado, en esta ciudad del Norte y a veces desnortada, no fueron mejores, pero sí más divertidos. Gentes que mandaban en sus desventuras, y sobre todo en sus hambres dimanadas de posguerras y racionamientos. Pero siempre había unas pesetas para una media ... de vino, una copa de orujo o la botella de sidra, hecho el envase con cristal basto fabricado en terrenos de La Braña. La Bohemia fue una de las tantas industrias que se extinguieron y que hoy es un solar de juzgados y cuarteles. Eran tiempos en que la gente bebía por su voluntad, o más bien por necesidad, sin que la incitaran convirtiendo playas en abrevaderos. Era aquella una generación que tenía que olvidar la maldita guerra, haciendo de tripas corazón y con las tarteras casi vacías. Pero los pobres se reían de los pobres, y los tontos de los más tontos, como si fuera el reparto de una comedia negra contada por el humorista Miguel Gila. Oías hablar de que fulano y mengano habían hecho una apuesta en una bolera para ver cuál de los dos llegaba primero reptando desde el poyo hasta los bolos. Y al día siguiente, que una pandilla que se había reunido en los jardines de Begoña para ir a la romería de Granda, y que habían entrado primero en el bar de Juan del Man, luego en Gandoy, pasaron por el Guanikey, y acabaron el día en Casa Justo cantando que tan vaina yes tú como yo y yo como tú y semos los dos.
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Había miseria, qué duda cabe. Un trío de la bencina, que yo llegué a conocer en mi lugar de trabajo, aprovechó la salida del turno para ver a unas conocidas de a tanto por un tiempo y una cama. Pero hete aquí que en la chapa de la cocina -de la mancebía, como diría Concha Piquer- humeaba una tortilla de patatas en la sartén, y el más atrevido y también más bebido la volcó en su boina y se la encasquetó en la cabeza. «¡Vámonos, cagoental!», bramaba el pobre hombre mientras se le asaban los sesos. Y los otros insistiendo en que por qué tanta prisa. Y que habían ido allí a lo que habían ido. No me contaron o no recuerdo en lo que acabó luego lo de la tortilla, pero supongo que en los buches.
Y aquí hay que dar un salto en el tiempo, como hacen en algunas películas, y situarnos días después en los servicios médicos de la fábrica. El tal de la tortilla diciendo que se había quemado en el taller con vapor de agua. y el médico, qué raro, porque tal parecía una quemadura de las de aceite de freír. Y más, porque los cabellos hispidos y grasientos, aún mantenían el hedor de algún guiso, mezclado con perfume barato. Un accidente de trabajo más.
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