En la película 'En bandeja de plata', de Billy Wilder, a Jack Lemon, que oficia de fotógrafo, le cae encima un robusto jugador de rugby. Tienen que hospitalizarlo, y ahí aparece interpretando a su cuñado Walter Matthau, un abogado cínico y trapacero de los que ... aspiran a hacer de la desgracia un negocio. Matthau lleva hasta el hospital a sus dos hijos, que andan en monopatín por los pasillos, mientras su abuela los reprende. Pero el abogado le dice que los deje, que si tienen que romperse una pierna allí es el mejor sitio.
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Yo sentí también esa sensación el pasado viernes en el teatro Jovellanos. En el local se reunieron los médicos de toda Asturias, hasta llenar las butacas, para conmemorar el 125 aniversario de su Colegio. Así que cualquier intruso como yo que se encontrara en la sala si tenía que darle un patatús ¿dónde mejor sitio y a mejor hora? Es la broma para una profesión tan seria y tan importante. De tensión extrema, a la que le vienen bien los desahogos como el concierto que les ofreció mi tocayo Joaquín Pixán, acompañado de otros músicos y cantantes. Como no me corresponde hacer crítica de lo que ocurrió en el escenario, me limito a comentar lo de la sala. Un disfrute evidente con las voces y los acordes del piano y el violonchelo, que eran refrendados con continuos aplausos. La medicina siempre tuvo nexos muy marcados con las artes y las letras, empezando por grandes de la literatura como Chejov o Celine. Y ciñéndonos a los nuestros, Ramón y Cajal, que resultó un médico genial y un mediocre escritor. O Marañón, que pasa a la historia como gran médico y gran escritor. No puede decirse otro tanto de Pío Baroja, que como médico él mismo se confesaba la vergüenza de la profesión. Por último Severo Ochoa, gran melómano, que ocupó algunas veces los asientos del teatro Jovellanos para escuchar los conciertos.
Una velada muy especial la del día 3, encabezada por el presidente del Colegio de Médicos de Asturias. Y en primera fila, la también colegiada Carmen Moriyón. Todos ellos imprescindibles. Derivados del brujo de la tribu que hacía los ensalmos y sabía curar un divieso. O sea, los que necesitamos y permanecerán siempre para guiarnos entre golpe y golpe, o para atravesar los umbrales entre tantas profesiones inútiles que nos agobian y desesperan. El pasado viernes, rodeado de centenares de médicos, recordé, en mi lejana infancia, estando bloqueado por las nevadas y ahogado por la pulmonía, escuchar entre delirios por la fiebre en el lenguaje mío y el de Pixán: «El médico nun puede venir: vey morrer».
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