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Profeta en su tierra, un escritor sevillano había ganado el premio Ateneo de Sevilla y me tocó presentarlo en la Feria del Libro de Gijón. ... La noche anterior había empezado a leer su novela sin darme tiempo a terminarla, pero él me solucionó el asunto diciéndome que ya estaba harto de hablar de literatura, que por qué no hablábamos de toros. Yo de toros no entiendo, y la única corrida a la que asistí fue porque me invitó Ángel Vázquez, que durante un tiempo hizo crítica taurina en EL COMERCIO. Estuve con él en la barrera de la plaza de El Bibio y veía pasar el toro al lado bufando como si fuera una locomotora. Pero como sin ser aficionado siempre me llamó la atención ese mundo, que oscila entre la barbarie y lo artístico, conocía anécdotas para contárselas al sevillano. Había leído lo que escribía el escultor Sebastián Miranda en el periódico 'ABC' sobre las jugosas anécdotas de su amigo Juan Belmonte, el torero temerario rival de Joselito, a quien Valle Inclán invitó a dejarse matar por un toro para encumbrarse en una futura inmortalidad. Belmonte respondió: «Maestro, se hará lo que se pueda». Pero no lo mató un toro, sino que lesionado con la peor cornada de su vida, la sífilis que le regaló una famosa puta de Triana, antes de que lo vieran arrastrando los pies por la calle de las Sierpes, se voló la cabeza de un tiro.
Como los toros no daban tanto de sí como para llenar una hora y pico en la presentación de la novela, le dije al sevillano que la historia que contaba era muy apta para llevar al cine, y que de eso yo algo entendía. Pues bien, el escritor era también cinéfilo, además de taurino, y ahí desgranamos nuestros gustos por las buenas adaptaciones de novelas para el cine: 'El Padrino', 'Las uvas de la ira', 'Matar a un ruiseñor', 'El guardián entre el centeno'… Pero quién iba a fiarse de lo que hicieran los directores de aquí, cuando destrozaron grandes novelas y dramas como 'Tirano banderas', 'La casa de Bernarda Alba', 'Sonatas', 'Luces de bohemia'… Tal vez habría que salvar a Buñuel con 'Tristana', a Bardem con 'Calle mayor' y a Picazo con 'La tía Tula'. Puede que alguno más, pero no muchos, y la mayoría destrozadores de talento. En la buena literatura, los directores mediocres acostumbran a sembrar las ocurrencias propias.
Recuerdo que aquella novela, cuyo título se me ha olvidado, tenía algunas concomitancias con la película que pondría en el número uno de las que he visto, si alguien me lo preguntara. Se trata de 'Amanecer', de F. W. Murnau. Una historia de adulterio protagonizada por una loba y un infeliz, componiendo el trío la humilde esposa; esa que en todo argumento, escrito o mudo, recibe las bofetadas. La película de Murnau es una joya muda, pero entendible como un libro abierto. En realidad, mis tres películas favoritas son mudas, porque, como alguien dijo, el cine comenzó a hablar antes de tiempo. Las cintas sonoras de Charlie Chaplin no se acercan a esa maravilla titulada 'La quimera del oro'. Ni tampoco Fritz Lang consiguió ir con su cine más allá de su obra maestra, 'Metrópolis'. En el cine, como en la vida, siempre es mejor el silencio que hablar por hablar, sin decir nada.
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