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Hace un montón de años, cuando ya me permitían divagar con mis panfletos en este diario, un compañero de trabajo me suplicó que escribiera, o que alguien pudiera hacerlo, sobre un individuo que desabrochaba su bragueta cuando había niñas en el portal. Al parecer la ... Policía no hacía caso y el Juzgado le pedía que diera la cara con una denuncia, con lo cual temía que al denunciado, que era forzudo y avieso, además de escandalizar a los niños le diese por arrear a los adultos. Francisco Carantoña, entonces director, nos escuchó en su oficina y sentenció a continuación, lamentándolo, que esas noticias no era conveniente difundirlas, porque había otros exhibicionistas o pedófilos que sentían esa inclinación perversa y se reprimían, pero si veían que otros actuaban ellos podrían hacer otro tanto. Digamos que Carantoña, sin decirnos nada, tomó nota y a continuación habló con alguien que le hizo caso, porque aquel mismo día la Policía apareció por el portal de mi compañero de trabajo.
Tenemos una Constitución posiblemente mejorable, pero suficiente en su articulado para señalar que todos nacemos libres e iguales, y que nadie puede ser discriminado por razón de sexo, raza o religión. Lo bastante clara como para que el profesor de Derecho Constitucional hable con el de Derecho Penal y ambos con los jueces para que los que imparten justicia apliquen con rotundidad lo que dicen los códigos y la Constitución. Sobraría entonces tanto ministerio de igualdad y tanta mandanga, que solo sirven para enrarecer en vez de aclarar las leyes. Leguleyos de la política, que obligan luego a los jueces a no tener más remedio que ordenar la suelta de delincuentes. Estas intromisiones de políticos y grupos de presión es lo que los expertos en psicología llaman el desequilibrio de la barca. Con tanto inclinarla hacia uno de los lados, debido al peso que han adquirido las feministas radicales y colectivos de letras mayúsculas, los que viajan en el lado de babor lo hacen casi siempre con miedo a zozobrar. Y de ese modo, desgraciadamente, no se corrigen los delitos sino que se incrementan.
No existe el buen tino de enseñar a las gentes, ellos y ellas, a que se sitúen en el centro de la barca para navegar sin ir dando bandazos, sino descomponer el presente y el futuro con los malos recuerdos del pasado. Y todo por no atenerse a lo que dice la Constitución; eso sí, defendiéndolo con uñas y dientes: que todos somos iguales, hombres y mujeres, y que cada cual debe ser tratado según sus méritos. Nada de ocurrencias fatuas.
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