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En ambas márgenes del río los palmerales formaban un bosque tupido, que terminaba sin continuidad sobre los montones de arena. Por un lado, miles de kilómetros de dunas hasta el Atlántico, y por el otro atravesando el mar Rojo hasta el Indostán. Tumbado sobre la ... cubierta veía el barco deslizarse corriente arriba en las aguas del Nilo, sin más sonidos que el chapoteo de las hélices. Por encima de las palmeras el horizonte era un vacío interminable, un lugar de pavor en la noche para los que vivimos en el gregarismo, pero donde un profeta iluminado puede tener una revelación o un sueño y fundar una de las religiones del desierto. La salida única, cuando estás rodeado de arena y soledad, es mirando hacia las estrellas, donde debe permanecer aún más arriba el que sostiene todo el tinglado, que llega desde el cenit al horizonte. El desierto es el lugar propicio para el ayuno, la meditación, las plegarias y las recompensas que llegarán después de que la vida se acabe. Los médanos se transforman en un paraíso repleto de huríes y ríos de leche y miel que discurren por entre prados verdes. La oferta no puede ser más tentadora.
Siempre para los grandes proyectos, materiales o espirituales, las gentes buscan la tranquilidad del desierto. Hace 80 años el mundo ardía en una espantosa guerra, de resolución incierta, y para los cambios definitivos, o sea, descubrir armas que hicieran entrar en una nueva era, se necesitaba también buscar refugio en el desierto. En este caso el presidente Roosevelt ordenó la retirada al desierto de los Álamos, no para que los sabios miraran hacia la bóveda celeste, sino para que con planos y materiales apropiados activaran la fisión nuclear. Dejó de ser Júpiter el dios del trueno, para hacer que allí tronaran el uranio y el plutonio, con el que tiempo después pondrían fin a una guerra en las islas del Pacífico.
El comisionado Luis Ángel Colunga, al que aún recuerdo cuando los dos respirábamos por Ensidesa, es el encargado de ese PERTE que debe conducir a la descarbonización. El señor Colunga avisa, según pudo leerse en este periódico, que el proyecto de la economía verde en Arcelor no va a estar concluido hasta el año 2035. Acabáramos. Pónganle otros tantos años a esos 12 que fijan para un mundo sin carbón, que así es como se resuelven los proyectos en Asturias. Para entonces los trabajos ya se efectuarán en un desierto, porque habrán acabado con la ganadería y la industria. La ministra de medio ambiente, encanecida pero impertérrita, respirará por la labor bien hecha.
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