Conocí a un poeta de tabernas que en momentos de inspiración recitaba algunas estrofas añorando sus tiempos pasados. Decía, por ejemplo, que las personas más importantes son: Perón, Girón, Nerón y el cura de Baldornón. Se le venían a la boca aquellos nombres que tenía ... almacenados en el disco duro de su cerebro. No voy a ocuparme hoy del cura de Baldornón, que a estas alturas seguro que no existe, Como tampoco creo que haya cura fijo en la parroquia gijonesa de Caldones. Cuando mi inolvidable amigo Javier Medina preparaba aquellos programas semanales para la televisión, que titulaba 'No hay derecho', puesto que es lo que la gente no se cansa de repetir ahora y siempre, que no hay derecho, quise encarnarme en el cura de Caldones, formando una cuerda de presos. Todos habían sido cazados al mandarles soplar en el chisme, y el cura superaba el alcohol permitido al decir cuatro misas aquel día. Javier Medina era más bien epicúreo, y los condicionamientos para él absurdos de las leyes y decretos le traían a mal traer. Líos varios, que a él le entraban en el despacho por su ocupación como abogado. En otra ocasión me encargó hacer de presidente de una comunidad de vecinos, donde las normas prohibían entrar en la casa a maridos. Yo tenía que enfrentarme y soportar las broncas de las recién casadas, que querían meterlos a toda costa en el piso y en la habitación. Además, decían que, si los dejaban en la calle, o por los parques, corrían el peligro de asilvestrarse.
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El caso es que algunos cuando vieron el programa creyeron de verdad que habían detenido al cura de Caldones, hasta que alguien que me conocía gritó, coño, pero si es Juaco. A mí no me hubiera disgustado oficiar de cura en Caldones, un lugar de apariencia más que tranquila. Cuando a Cela le preguntaban, qué le hubiera gustado hacer de no ser escritor, él respondía sin dudarlo que obispo de Mondoñedo. Salvando las distancias, y por la misma razón que yo quería ser cura en Caldones; son dos sitios aparentemente tranquilos y propicios para que cayeran los nuevos diezmos para el saco, en tiempos de cosechas y matanza de los cerdos.
Ahora ya no hay obispo en Mondoñedo ni cura en nuestra mentada aldea, como en casi todas. Lo que sí han aparecido por Caldones son lobos, los hermanos lobos, para devorar el último ganado que va quedando. El lobo ya está en Gijón. Aparejen las pateras para echarse a la mar, porque ya no son solo catalanes y cipayos de los «Madriles» y la «Vetusta» quienes nos empujan: ahí tenemos también a los lobos a punto de mordernos los cuadriles.
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