Simplicio, fijándose en el taller de aguas y fontanería, había descubierto por su cuenta el asunto de los vasos comunicantes, por lo que ideó poner el pellejo de vino sobre la alhacena de la cocina. Por medio de una manguera y una espita, birladas en ... la fábrica, llenaba la jarra en el comedor de su vivienda protegida. Estaba orgulloso de su invento. Y aunque su señora no veía con buenos ojos aquel ramal tirado por el suelo, al final se acostumbró a la comodidad de no tener que levantar las posaderas ni lavar las jarras. Ella se fue aficionando también al vino. Después de todo la vida es para disfrutarla, y hay pocas cosas tan agradecidas como llenar la panza con ese olor y ese sabor que evocaban los viejos tiempos de las bodegas. Ya lo decía en su canción un tal Escobar. Viva el vino y las mujeres.
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A propósito de Simplicio, o Simple (San Simplicio, fiesta el 26 de agosto), tenía sus buenos amigos en el tajo, entre los que había discusiones e insultos, hasta llegar a las madres, pero siempre permaneciendo unidos para momentos importantes. Por ejemplo, era costumbre cada cierto tiempo echar una cana al aire, como ir a la salida del trabajo en busca de nidos ajenos, preferentemente el día de paga. Las satisfacciones eran pocas, en aquellos años que todavía duraba el racionamiento y estraperlo. Resumamos: tiempos de hambre. Pero, cómo hago yo para explicar esto a las generaciones de refalfio, en que la vida se ha convertido en un fandango. El caso es que cierto día Simple caminaba con su señora -cosa que ocurría rara vez-, y se tropezó con el Pillo y el Bollo, compañeros de farra y andamio. Estos le hicieron señas a Simple, ejem, ejem, no podían decir a dónde iban. Pero se entendieron. Simple se dio cuenta que a su señora debía mandarla para casa, pues era día de buscar gallinas nuevas. Viva el vino y las mujeres, según decía Escobar.
Tana -llamemos de algún modo a la mujer de Simple- sintió curiosidad por ver dónde quería irse el trío, y los escrutó con la mirada, pues tonta del todo no era. Ellos daban cuatro pasos, y ella detrás. Hasta que el pintoresco cuarteto acabó en la casa de putas. ¿Y ésta qué hace aquí? Preguntó la dueña. Vengo a elegir la de mi hombre, cacho pellejo, replicó Tana. Y así fue que la dueña ordenó salir el desfile, y Pillo y Bollo se apresuraron a elegir. Pero Tana, señora de Simple, sacó a relucir sus ovarios de leona, y a codazos puso ante su marido la de mejor ver y tocar. Llévate esta, dijo Tana, mientras rociaba con perfume a ambos, con un frasquito que había sacado de su talego.
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