Un día me di cuenta de sentirme mejor rozando lo pequeño. Alejarme de ese lenguaje inclusivo inventado por Eva Duarte para sus descamisados y descamisadas, y deducir que no soy de la tercera edad, soy viejo. Como no soy duro de oído, soy sordo, porque ... los años castigaron el oído interno y la metalurgia contribuyó con sus malditos decibelios. Ya no soy el que era, el de las tormentas, y busco el agua clara de los arroyuelos o pequeñas cascadas. Allá con los que escuchan a los tenores huecos, a los que llevan marcado en su frente el signo del dinero, para atropellar la armonía y borrar el silencio. Huyo de lo grande y busco lo pequeño, ni los grandes espacios ni los teatros llenos: los últimos cantos del malvís, con audífonos de estreno. Como esos pájaros que cantan sin aplausos para el ego: cantan porque así son, sin preguntarse si lo que hacen es malo o bueno.

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El cantar de los pájaros. Era eso lo que ponía como ejemplo mi querido e inolvidable Gonzalo Mieres cuando animaba a la gente a sumarse a tantas veladas como salieron de su empeño, a que el pueblo disfrutara de la música, del baile, de los recitados y de toda la extensión de la cultura. El teatro para el pueblo. En el teatro grande, ya que en el Jovellanos acostumbró a las mañanas de domingo con su 'Bravo asturianísimo'. Y en los salones de los barrios, donde aglutinaba el arte y la ciencia. Gonzalo ayudó a distraer e ilustrar al pueblo, pero también a los artífices que soñaban, o a los que solo se conformaban con ser una parte de lo que brotaba de su interior. Estos eran los que se reunían en los coros, que como en el poema de Alfonsina Storni cantaban «... ¡Oh, pureza! ¡Oh, sinfonía clara!». Como si el aire en suspenso llevara diluidos en notas corazones diversos. Y como remate del poema: «El arte, al fin, ignora la materia que elige».

Sí, el arte puede posarse en cualquiera que desee sacar sus esencias. Yo entré días pasados en la Colegiata gijonesa para asistir al Concurso de Composición Coral convocado por Ensamble Vocal Gijón, donde ellos cantaban las obras finalistas para ser valoradas por un jurado. El escenario estaba rebosante de seres, como en el poema de Alfonsina. También estaba allí el Coro infantil Miguel Barrosa y el Coro Castillo de Gauzón. Y qué bonito sería que la música nos pasara a todos del oído a las entrañas. No habría guerras ni otras violencias, porque en el coro son iguales las voces graves que las voces blancas. Sin edades, sin razas ni rostros diferentes. Solo gentes que quieren sacar sus versos y sus notas del alma.

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