Secciones
Servicios
Destacamos
Me tropiezo con una conocida y me reprocha el pesimismo endémico. Ella me hace el favor de leerme, pero le gustaría que en los escritos ... colocase la esperanza, aunque fuese muy al final del camino. Por más que hagas críticas y reproches, me dice la mujer, la vida sigue y el sol saldrá todos los días. Yo le respondo, para que siga en sus trece, que a veces pienso que el sol sale nada más que para calentar a los mismos cabrones de siempre: la estirpe que parece alcanzar el sol que más calienta. Cierto que tienen quien los justifique y quien los aplauda, incluso desde el grupo de los épsilones, que es el grado ínfimo imaginado por Aldoux Huxley en 'Un mundo feliz'.
Yo, que nací en este país cuando terminaba una guerra e iba a empezar la siguiente en toda Europa, de nuevo oigo tambores, no tan lejanos, anunciando que pueden volver a las andadas. De momento, alboroto. Solo el alboroto lorquiano, que ojalá no acabe en tiroteo. Más cerca en el tiempo, compatriotas nuestros, aquellos que apetecían habitar en una patria común, tenían que cuidarse para no encontrar la muerte en cualquier esquina. Miraban cada día debajo de los coches, o que no asomara el cañón del arma de los que decían y dicen tener una patria suya, separada de la patria común.
Qué envidia, cuando más arriba de los Pirineos se oye, hinchando el pecho, decir 'viva la France'. O se canta: «Alons, enfant de la patrie», la canción que pone los pelos de punta en la película 'Casablanca'. Pero para complacer a no sé quién, está mal visto pronunciar la palabra España en estos tiempos, y peor visto aún llevar la bandera que la representa. Opiné durante un tiempo que la bandera debía ser otra, con tres colores, pero si leen 'Homenaje a Cataluña', de George Orwell, verán que cuando él luchó en el frente de Aragón en el año 36, nos asegura en el libro que las únicas banderas republicanas las tenían los sublevados, ya que hasta octubre de aquel año, en que nombraron un generalísimo, el levantamiento constaba que lo habían hecho para enmendar los desmadres de la República.
Pues sí, sigo siendo pesimista, señora. No es que me importe mucho por mí mismo, con las pocas hojas del calendario que van quedando. Pero hay gente con los que tanto quiero, y también quiero mucho, que temo el futuro que les aguarda. Esos españolitos que vinieron al mundo después que yo, a los que guarde Dios, como dijo el gran Machado. Me contaban aficionados al teatro de hace mucho tiempo que el día 18 de julio de 1936 representaban en el teatro Jovellanos de Gijón 'Nuestra Natacha', de Alejandro Casona. Era para aquella época una obra revolucionaria, que hacía frente al otro teatro, el de la ensoñación de 'El gran galeoto' de Echegaray, y, sobre todo 'El divino impaciente' de Pemán. En verso nada menos ambas. La de Pemán, para ensalzar las grandezas de los jesuitas expulsados, haciendo protagonista a san Francisco Javier: «Desmedrado, más bien mala la presencia y la estatura, la color trigueña oscura, la barba corrida y rala…».
Rafael Alberti escribió una obra de teatro, muy mediocre, 'Noche de guerra en el Museo del Prado'. Alguien debería recoger la pluma en estos tiempos convulsos para escenificar en forma de opereta la guerra en el Palacio de La Moncloa. Dice una ministra: «Acepto darles más dotaciones a los militares, pero siempre que no sea para hacer la guerra». Qué bárbaro.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.