En la Feria del Libro de Gijón tuve ocasión de presentar a dos renombrados filósofos, aunque como se dice en esos casos no necesitaban presentación. Gustavo Bueno, que ya era emérito, llenaba sus clases con los absorbentes de sus enseñanzas y con los que pasaban ... por allí y gozaban con las polémicas y controversias. Tenía un círculo pretoriano fiel a sus teorías, pero cuando yo lo conocí ya habían empezado muchos de sus alumnos a desengancharse, no sé si por desacuerdo con las doctrinas o por la pulsión que señalaba Sigmund Freud de querer matar al padre. El caso es que a una de sus alumnas más sobresalientes, Amelia Valcárcel, que por aquel entonces ya le había puesto la proa a don Gustavo, junto a otros jóvenes filósofos de su escuela, tuve ocasión de presentarla también al año siguiente. Para acercarme a su currículum, a la señora Valcárcel me la describió un colega suyo como gran filósofa, política de ideas firmes y oradora capaz de aplastar al contrario. Tan es así, que como portavoz del PSOE en la Junta la oposición tuvo que cambiar más de una vez al suyo por alguien que supiera defenderse de las andanadas de doña Amelia.

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A Gustavo Bueno lo fui a buscar y a llevar a Oviedo con mi modesto coche, encontrándome con un hombre muy correcto en la corta distancia. Le dije para empezar que mis conocimientos de filosofía eran muy limitados, y me respondió que no me preocupara, porque tampoco era gran cosa lo que ahora se enseñaba en muchas aulas. En lo que sí estuvo de acuerdo conmigo fue en una cita de Wittgenstein, de que la misión del filósofo antes que nada era ayudar a la mosca a salir de la botella; una deriva más, tal vez, de 'La Caverna', de Platón. Años más tarde me comentaban algunos que se tropezaron con Bueno en el pueblo de Niembro, y dieron con él un paseo, que era un señor encantador y no se parecía en nada al que salía en la tele. Se conservan en internet algunos de sus demoledores 'shows' televisivos.

Resulta que en el pasado Gustavo Bueno soportó la desafección e incluso el insulto de los que antes lo adoraban, y ahora le toca a Amelia Valcárcel vérselas con políticos progresistas y grupos de presión por criticar la llamada 'ley trans'. La filósofa dice algo que parece evidente: que a un mamífero, desde el elefante hasta el ratón, se le conoce el sexo desde que nace, al contrario de las aves, que necesitan un sexador de pollos. Pero decir lo que se piensa es muy peligroso estos días. Que se lo pregunten a Fernando Savater, otro gran filósofo, antaño venerado y hoy vituperado por la progresía.

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