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El término cateto se dice que lo inventó un chulapo madrileño, de esos que venden la fuente de la Cibeles a un hombre desteñido y vestido de pana. Con qué se distraerían los chulillos, y qué sería de esos supuestos humoristas -personajes infames-, si no ... existieran el gangoso, el mariquita y el cateto. Pero, en realidad, el cateto lo inventó Pitágoras, como sabrá cualquier iniciado en la geometría. El filósofo y matemático de Crotona, que era un malhumorado y rígido pensador, para no ser molestado compró una casa de campo en tierra de metecos. Allí se trasladaba los fines de semana para filosofar y hacer cálculos, en compañía de su esposa, llamada Nusa. Mientras Pitágoras trabajaba, Nusa se entretenía con dos hombres que araban la tierra y podaban las viñas. Nusa era, como ahora se dice, un tanto extrovertida, que en román paladino significa algo putilla. En el campo se quedó Nusa un fin de semana, en tanto Pitágoras se encaminaba a la ciudad a resolver asuntos. Y cuando regresó de improviso, hete aquí que Nusa estaba encamada con los dos aldeanos. Pitágoras desenvainó su espada y los atravesó a los tres. Trazó tres cuadrados en el huerto y los fue enterrando uno a uno en el sitio correspondiente, subiendo después hasta un montículo a meditar debajo de un olivo. Desde allí observó que un cuadrado era más grande que los otros dos, y entonces fue cuando pronunció la famosa frase, de que el cuadrado de la puta Nusa era igual que el cuadrado de los dos catetos.
Esto de ser aldeano, o cateto, hubo un tiempo en que yo no lo llevaba nada bien, pero ahora me fui acostumbrando. Descubrí que el desprecio a los campesinos, o sea a los catetos, era una cuestión freudiana: ese deseo de matar al padre, acentuado en tantos hijos que viven del cuento, arreglando el mundo con las nalgas puestas en los sillones. Simios perfumados, que quieren borrar sus orígenes bañándose por la noche en alcohol y por las mañanas en agua bendita. Cuando mojan la aceituna en sus copas de compuesto no piensan lo que dicen los aceituneros altivos por boca de Miguel Hernández, porque no lo han leído.
Baile de tractores estos días por nuestras carreteras, y apoteosis en el estadio de junto al Piles. Los comentaristas y aficionados lanzan halagos y decepciones a sus atletas. Los de Oviedo siguen llamando aldeanos a los de Gijón. Y cuando todo es discutible en cuestión de fútbol, hay un acuerdo sobre ese alfombrado que es el césped del Molinón, aguantando chaparrones. Todo gracias a los aldeanos, que saben remover la tierra y manejar herramientas.
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