Decía Camilo José Cela que él no creía en la inspiración: si no sabía atacar la cuartilla en blanco, se imponía el castigo de no levantar las nalgas de la silla hasta que las ideas se mostrasen. Antiguamente, en las redacciones que yo conocí, cuando ... no habían nacido muchos de los que ahora las ocupan, se optaba por el corto paseo y el vaso de vino, que era bueno según decían para el estreñimiento mental. El inolvidable Arturo Arias, el del merecido busto en Cimadevilla, corrió en cierta ocasión en socorro del entonces redactor jefe de EL COMERCIO Mauro Muñiz, cuando éste se ausento dejando la cuartilla a medias. Arias, al grito de ¡muy rico!, se la terminó y la envió a las máquinas para que la imprimieran. Cuando Mauro regresó el trabajo ya estaba hecho y no hubo vuelta atrás. Después de la monumental bronca, con la consiguiente rociada de tacos de ida y vuelta que no se deben mencionar, el artículo salió al alimón, aunque firmado por Mauro Muñiz.

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Pero hombre, aunque sea en días anodinos, tardes lluviosas del fin de semana pasado, en que la gente habla de fútbol, poniendo pingando al entrenador de los atletas del once local, algo se le ocurrirá a uno para salir del paso. Yo también he visto un trozo de partido el pasado sábado, recordando los lejanos tiempos en que iba a El Molinón en compañía de mis cuñados, y aunque sé muy poco de fútbol también tengo mis teorías sobre los males del Sporting. Me las inspira una anécdota que cuentan de Arsenio, el jugador y luego entrenador, cuando estaba a cargo del Deportivo de La Coruña. En un periodo en que el equipo no funcionaba, como les suele ocurrir más o menos a todos los equipos, la prensa y la afición se le echaron encima llamándolo caprichoso, porque no sacaba a jugar a un hermano del brasileño Bebeto, que, al parecer habían fichado sin contar con él. Era tal el clamor de por qué no jugaba el hermano de Bebeto, que hasta dos señoras mayores se cruzaron con él en Arteixo y le preguntaron: «Arsenio, ¿por qué no saca a jugar al hermano de Bebeto?». Arsenio se quedó sorprendido y les preguntó a ellas: «Pero bueno, ¿ustedes saben jugar al fútbol?» Respuesta: «Nosotras, qué vamos a saber». Y Arsenio concluye: «Pues entonces igual que él, que tampoco sabe».

El problema de un equipo puede ser que algún jugador no sabe jugar al fútbol. Con el debido respeto a los aficionados, por parte de quien ha dejado de serlo, fíjense en si hay algún futbolista que no sabe regatear, ni rematar de cabeza, ni resolver una jugada cuando está delante del portero, ni dejar los nervios en el vestuario. Fin.

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