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Un día de verano de 1976 me tumbé al atardecer en el prado de aquel pueblecito portugués, situado cerca de la ría de Aveiro. La brisa del Atlántico había puesto fin al calor del día, y barcos próximos y más lejanos formaban un reguero de ... luces que se confundían con las estrellas, que también se iban encendiendo, para situarme en una noche mágica. Aquel prado, inclinado sobre la loma, tenía una casita blanca en la parte superior, rodeada de algunos árboles de escasa altura. Enseguida me vino a la cabeza la canción de Luis Cilia, de aquel grupo de 'voces na luta', que azuzaban a los portugueses desde el exilio hasta producirse la Revolución de los Claveles. Aquel podía ser el sueño del cantautor: él no pedía más para su Portugal querido que la gente pudiera disfrutar con un niño, una casa y una flor. En aquel lugar donde yo me había recostado, sin permiso, huyendo del bullicio del camping donde nos alojábamos, podría disfrutarse de todo eso. Y aún más, si reparábamos en los aromas de la noche y acompañábamos con la imaginación a los barcos que faenaban o iban camino de alguna parte. Quién sabe dónde. Y algún marinero soñador fijándose desde la popa que sobre el reguero de espuma asomaba lo que parecía ser una sirena.
Ocurre que los que soñamos despiertos podemos tener luego cansancio, por correr demasiado detrás de lo imposible. Ni Luis Cilia ni Jose Afonso, ni en Grandola ni en aquel otro pueblecito que visité, podrán ver todo aquello que aspiraban con su música y sus voces. Pero el Portugal levantado con sus cantos se alarga sobre el mar como un país firme y respetado, en el que no hay portugueses que quieran alejarse de su buen nombre. No hay quien brame independencias, o haya matado por su parcela. Una revolución acompañada de claveles en los fusiles, con la esperanza, aunque sea vana, de que algún día todo se llene de claveles y los fusiles se tornen herrumbrosos.
En este cuento de ruido y furia que nos aguarda en todo el mes de mayo, me gustaría volver a tumbarme en aquel prado de Aveiro. Ver si sigue allí la casita blanca y el huerto cultivado, por donde se asome algún niño. Ya lo dijo nuestro Calderón, que toda la vida es sueño y los sueños son solo sueños. Pero algo de verdad debe quedar en el deseo de los cantautores, cuando Portugal ha limpiado miasmas del pasado, sin enviar coronados a Londres y, en cambio, mandando a Bruselas a Durao Barroso y Mario Centeno y a Nueva York a Antonio Guterres. El cainismo de la izquierda o la derecha, como ocurre aquí, no los ha obstaculizado.
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