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Portugal ha limpiado miasmas del pasado sin enviar coronados a Londres y, en cambio, enviando a Bruselas a Durao Barroso y Mario Centeno y a Nueva York a Antonio Guterres

Jueves, 11 de mayo 2023, 02:12

Un día de verano de 1976 me tumbé al atardecer en el prado de aquel pueblecito portugués, situado cerca de la ría de Aveiro. La brisa del Atlántico había puesto fin al calor del día, y barcos próximos y más lejanos formaban un reguero de ... luces que se confundían con las estrellas, que también se iban encendiendo, para situarme en una noche mágica. Aquel prado, inclinado sobre la loma, tenía una casita blanca en la parte superior, rodeada de algunos árboles de escasa altura. Enseguida me vino a la cabeza la canción de Luis Cilia, de aquel grupo de 'voces na luta', que azuzaban a los portugueses desde el exilio hasta producirse la Revolución de los Claveles. Aquel podía ser el sueño del cantautor: él no pedía más para su Portugal querido que la gente pudiera disfrutar con un niño, una casa y una flor. En aquel lugar donde yo me había recostado, sin permiso, huyendo del bullicio del camping donde nos alojábamos, podría disfrutarse de todo eso. Y aún más, si reparábamos en los aromas de la noche y acompañábamos con la imaginación a los barcos que faenaban o iban camino de alguna parte. Quién sabe dónde. Y algún marinero soñador fijándose desde la popa que sobre el reguero de espuma asomaba lo que parecía ser una sirena.

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