En la película 'Divorcio a la italiana' hay dos momentos agudos de sarcasmo: uno de ellos cuando el líder comunista, subido a la tribuna, les dice a los sicilianos que hay que conseguir la igualdad entre hombres y mujeres y por poco lo corren a ... estacazos. La otra ocurrencia, cuando el cura desde el pulpito les dice a los feligreses que estando como están en democracia deben votar libremente, pero eso sí: a un partido que al mismo tiempo sea demócrata y cristiano. Entiendan lo claro que aconsejaba este buen sacerdote. Décadas pasadas, para el que no lo recuerde, el partido comunista le pisaba en Italia los talones a la democracia cristiana; e incluso éstos tuvieron que aliarse con los socialistas para formar el llamado centrosinistra, ante el temor de que los comunistas gobernasen y los americanos volvieran a desembarcar en sus costas, como en 1943. Hoy, Italia, según se dice en los mítines progresistas, se revuelca en el fango de la extrema derecha; pero como susurró Galileo cuando lo iban a quemar: eppour si muove. Y Fellini más recientemente en su película, que a pesar de todo la nave va.

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Yo no pretendo emular al político ni al cura sicilianos. Simplemente expulso de la memoria lo que tantas veces he escuchado caminando por las aldeas de esta región: que la gente ya no aguanta más, y se marcharán los últimos que quedan. Están hartos de cuidar ganado para que al fin lo desgracie el lobo. Y los que ya se fueron dicen que habiendo conservado y gastado en arreglos para las casas que dejan en Somiedo o en el alto Narcea, ya no regresan los fines de semana, porque les han comido algún perro los osos. Y sobre todo por los niños, porque ya a nadie se le ocurre dejarlos solos en los pueblos viendo a las fieras merodeando en los alrededores.

Y cuando parecía que el mal sueño podía acabarse, después de los cinco días de penitencia, resulta que van a mandar a Europa a la protectora de los lobos, en contra de los ganaderos domados y desprotegidos y de trabajadores de la industria anestesiados. Hada madrina contra los rebaños del monte y el humo de las chimeneas. En Europa tendrá la ocasión de seguir escarbando esta buena señora para despoblar del todo extensiones que ni siquiera conoce. Dice el refrán que no hay mal que cien años dure, pero parece que no es este el caso. Posiblemente estamos condenados a cien años de soledad, como en el Macondo de García Márquez. O a cien años de guerra civil, resucitada en mala hora por una mente estéril como la de Rodríguez Zapatero. Nunca tan pocos –siete votos– hicieron daño a tantos.

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