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Camilo José Cela, en sus aportaciones al lenguaje, sacaba a relucir una multa puesta a un ciudadano, «por decirle al agente que el alcalde ponía las señales de tráfico donde le salía de los cojones». Claro, así, bajo el punto de vista de este ... ciudadano no había forma de circular por las calles ni entenderse entre personas civilizadas: lo único para lo que servían las normas era para que te multaran. Tal es como algunos lo entienden con motivo de la pandemia. Si uno ejerce su monomanía de caminar los fines de semana, puede infringir mandatos, puesto que el concejo no tiene mojones que lo limiten. Si se nos ocurre ir al pico Fario –una cumbre a la que se accede desde Fano, desde Deva o desde el mismo Gijón–, no hay forma de hacerlo sin pisar en el concejo de Siero y tal vez en el de Villaviciosa. Dichosas las aves migratorias, que no tienen fronteras; o los animales que marcan su territorio con las meadas, sin importarles dónde el humano pone sus mojones. Por esos mojones la humanidad se deshizo en guerras, lo mismo para afianzar su pequeña tribu que para conquistar un imperio. Algunos reyes consiguieron convertirse en emperadores, y a los parias que hacían las batallas les correspondían sus partes de terreno, generalmente dos metros de largo por medio metro de ancho, cavado a pico y pala.
Las riadas humanas circulan estos días, a zancadas o en bicicleta, por todos los rincones del concejo. Era hora de que muchos conocieran algo más que su patio de vecindad y el asfalto que los lleva. Hay barrios, que antes fueron pueblos, y que desmienten el pasado, porque aquellas tonadas que cantaba Orestes Menéndez, que compartió oficina conmigo en Fábrica de Moreda, decían que pa castañes Tremañes y pa carbayos Llorea, y ni en un sitio ni en otro quedan castaños ni robles. Las castañas, que tantas hambres quitaron, sobre todo en mi tierra profunda, donde nos entreteníamos haciendo puntería con ellas, alimentaban al hombre y también al mejor amigo del hombre, que es el cerdo. Solo lo reconocen en Noreña, donde le han dedicado su monumento. Yo le levantaría otro en mi pueblo de nacimiento, si fuera rico y nostálgico como aquellos indianos que retornaban. Porque el cerdo con sus jamones ganaba pleitos y hasta salvaba vidas. Tineo pasará a la historia por ese gran invento, que es el chosco. Pero ya ni los cerdos son lo que eran, porque no andan por los montes solos, husmeando las castañas. Estabulados, como los bípedos en sus colmenas.
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