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En este país de los prodigios, donde se celebran unas elecciones y gana el que las gana y también el que las pierde, hoy me apetece discurrir por el mundo del teatro, que como el de la política es una farsa, pero sin disimulos y ... mejor interpretado. Mañana viernes, si el destino no pone zancadillas, estaré con mis compañeros del grupo de teatro La Galerna haciendo mis cositas, como si no pasara el tiempo. Pero para ellos, o mejor dicho para ellas, las que lo fundaron y aún resisten, ya pasaron 40 años. Si, un montón de años cumpliendo la promesa de trasladar el teatro al pueblo, porque el teatro es cultura, es magia, es el arte único para poder introducirnos en otros cuerpos y en otros tiempos llevando de la mano a los que nos siguen, por unos peldaños de esperanza y también de felicidad. Incluso el que se sube a un escenario alberga la ilusión de corregir y mejorar a ese mundo que le rodea. Sirve para ello la comedia, el drama y mejor que nada el esperpento, lo más acorde con los tiempos que corren. En vez de tanto mitin, mejor representarles a los electores 'Rinoceronte', de Eugene Ionesco; 'Proceso por la sombra de un burro', de Friedrich Durrenatt, o teatralizar 'La hija del capitán', de Valle Inclán, donde un espadón da un golpe de estado para tapar el escándalo suyo en un prostíbulo.
Les escribí hace 20 a los de La Galerna deseándoles otros 20 años y lo cumplieron. Ya son 40, sin más medios que el entusiasmo y sin más recompensa que el trabajo bien hecho. Esa durabilidad tratándose de un grupo aficionado parece un milagro, pero el milagro mayor se observa repasando los montajes llevados a cabo durante estos 40 años, al igual que los premios obtenidos en diversos certámenes y las críticas favorables en las muchas representaciones a lo largo del territorio español y alguna salida al extranjero. Por ejemplo, fueron designados para representar a España con su trabajo 'Las criadas', de Genet, en el Mondialdu Theatre de Mónaco en 2009. Por mi parte, ya no estaré aquí para disfrutar otros 20 años de su teatro y también de su amistad. Pero si hay algún rincón, según se va a cielo, donde se acomode montar un pequeño escenario, allí los esperaré. Y desear al mismo tiempo que puedan participar también en los montajes esa entrañable gente que nos dejó a lo largo de esos 40 años.
Qué bonito sería ver el cielo transformado en un lugar tranquilo y todo convertido en un gran teatro donde se pudiera charlar y actuar con los amigos. Sin divos ni divas, sino gente sencilla como los que levantaron y siguen sosteniendo el grupo La Galerna.
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