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Desde las campanas asesinas de la ría de Avilés, hasta estas otras campanas, que ahora doblan por un desastre junto al río Aboño

Jueves, 30 de marzo 2023, 01:44

Los comienzos de Ensidesa, ahora que ha derivado su buen nombre hasta llamarse Arcelor, tuvieron un rastro de sangre, sudor y lágrimas tapados con una 'omertà', como si escondieran algún delito. Después de todo algún delito hubo, al escoger unos terrenos que eran un fangal, ... y había que escarbar más abajo del nivel del mar para cimentar los hornos altos. Se dice que el entonces inquilino de El Pardo se lo tomó a mal cuando le dijeron que los cimientos se inundaban y que había que parar la obra. Franco hizo, según se dice, lo que mejor sabía hacer: decirle al mensajero que dejase de respirar. Luego se instalaron las dichosas campanas, para frenar el agua y el barro con compresores, y sobrevino la lista nunca aclarada de los que se ahogaron en el interior. Mucho menos se sabe de aquellos a los que se les acortó la vida al trabajar con una presión de dos o tres atmósferas. Jorge Bogaers, nacido en Llaranes, ha escrito un interesante libro sobre los comienzos de Ensidesa, donde se descubren, entre otros secretos, que los frescos de la iglesia que la siderúrgica construyó en su barrio están pintados por un artista algo golfo, que les puso a los apóstoles la cara de los de la Generación del 98. Y los ángeles tienen el rostro de las prostitutas que había entonces en Avilés.

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