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No me agradan los fetiches. Hasta descuido o me despreocupo de algo notable que pude haber hecho o con lo que me he tropezado en la vida. Voy y vengo de las soledades con algunos recuerdos que me ha dado esta ya larga vida. Por ... ejemplo, este año en el que amenazan hablar mucho del general Franco, yo puedo asegurar que lo tuve muy cerca. No que lo haya conocido. Para empezar no creo que lo haya conocido nadie, a un ser tan venerado por unos y odiado por otros, sin términos medios. Lo tuve a dos metros en Valladolid, un día de frío en el que se empalmaba la helada de la mañana con la de la noche. El capitán de la compañía de honores del regimiento de San Quintín me colocó la punta del sable en el pecho y empujó hasta doblar la hoja: «Cabo, si sale algo mal te atravieso». En aquellos ojos se adivinaba que no estaba hablando en broma. A la ciudad de Pucela llegaba aquella mañana un punto menos que Dios, al que había que dejar satisfecho. Para no hacer esperar al pequeño gran hombre, procedente de El Pardo, ya estábamos formados dos horas antes de la supuesta llegada. Mosquetones relucientes; guantes blancos estrenados aquel día y sidol en las hebillas de los cinturones. Los gastadores con nuestras borlas, picos y palas de mentira al hombro, y yo, que era el cabo, con más pertrechos todavía como los que le ponen el día de feria a un burro cañí. O si nos atenemos a lo autóctono, como los que lleva el día de romería la xata de la rifa.

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