Jetas y meritocracia

A medida que se te caen los velos, compruebas que este bingo no funciona exactamente como nos vendían. Los ingresos, la riqueza de los padres, los famosos 'contactos', desequilibran continuamente la balanza

Domingo, 17 de abril 2022, 22:14

Un par de jetas han renovado los laureles del estraperlo embolsándose seis milloncitos a costa de la desesperación de toda una sociedad. Es inevitable acordarse de 'La Escopeta Nacional' y del grandísimo Saza, que hacía de Jaume Canivell intentando colocar sus porteros electrónicos, y de ... la corte de los milagros que tuvo que comerse. No se entiende la genialidad de Berlanga hasta que se conoce a uno o dos pájaros de esta calaña. Yo los frecuenté en Madrid durante una época, y al principio tenían su gracia: lo de ser plumilla te permite entrar en salones extravagantes, aunque sea como un pájaro de colores, para entretenimiento de los cortesanos. Luego, cuando ya te haces con el cuadro, hay que alejarse, porque no reportan nada, es más, tienden al 'sanguijueleo'. Traigo esto a colación para hablar de la idea de meritocracia.

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Hace nada leí un interesante artículo de Jaime Carbonell '¿Por qué seguimos creyendo en la meritocracia?', acerca de esa idea universal de que con esfuerzo podremos lograr nuestros sueños. Uno, que es hijo de una clase media demediada que hace lo que puede, siempre quiso creer en el Santo Grial. El problema es que, a medida que se te caen los velos, compruebas que este bingo no funciona exactamente como nos vendían. Los ingresos, la riqueza de los padres, los famosos 'contactos', desequilibran continuamente la balanza. En cierta medida, la meritocracia no se gana, se hereda. Recuerdo mi rostro atónito en Madrid, mientras me iba abriendo paso en un agotador ejercicio de poliorcética, y cómo te ibas coscando de la invisible y densa red de conexiones del personal. De repente, aquel doble apellido tenía sentido cuando se relacionaba con aquel otro, y este chico tan majo es nieto de este señor tan famoso, o primo segundo, o compañero del Pilar, por poner. Lo que a mí me costaba tres pasos, a ellos les costaba uno o medio. Y, por favor, no quiero que se me malinterprete: si en algún momento sufrí resentimiento de clase, ya estoy muy lejos de ello. También quiero dejar claro que la mayoría son gente preparada, trabajadora; ahora bien, si tú eres sobrino de un valido, ya estás a mesa puesta en la Corte contra los que llegamos a buscarnos la vida. Marx ya dijo que los seres humanos hacen su historia, pero siempre bajo las circunstancias de su pasado. No hay vuelta de hoja.

Esto, siendo un relativo problema, no es mayor que su percepción. Me explico. Reconozcamos que Borja Villaroel-Montoya tiene más números en el sorteo de rasca y gana de la vida (que no les desoriente el apellido: sus padres pueden pertenecer a la gauche divine). La cosa es que nos venden que Borja está ahí solo por su capacidad, sin considerar otros factores del marco, justificando su preeminencia. El ascensor social, dogma fundamental del capitalismo, debe mantenerse inmaculado para que el sistema continúe funcionando. Sin embargo, la nueva 'economía del conocimiento' requiere muchos años de preparación en forma de estudios, una inversión en tiempo y, sobre todo, dinero, que no todo el mundo puede afrontar. En ese sentido, el artículo de Carbonell señalaba tres hechos importantes. Primero: en la economía del conocimiento no se necesita que el empleado sea el mejor sino solamente que sea lo suficientemente bueno como para hacer su trabajo y aumentar la productividad. Las empresas no suelen contratar a inútiles, pero sí contratan a gente que es lo suficientemente competente sin ser los mejores. Esto se debe a numerosos sesgos de los empleadores, los cuales van desde contratar a amigos o familiares hasta discriminar a ciertos grupos sociales, como las clases populares, las mujeres o las minorías étnicas. Segundo: tampoco se necesita que todos los individuos tengan las mismas oportunidades a la hora de obtener esas competencias, sino solo que un número significativo lo haga. Mientras suficientes ingenieros salgan de las universidades para cubrir los puestos en las empresas, no importa su origen social. Este es precisamente el problema, puesto que el nivel educativo de los padres influye enormemente en el de los hijos. Como demuestra el caso de Estados Unidos, la economía del conocimiento más avanzada puede combinarse con bajísimos niveles de movilidad social. Tercero: la economía del conocimiento está creando cada vez más trabajos precarios (ejemplo: los riders) y más trabajos altamente remunerados mientras que precarizan los trabajos 'medios'.

Con todos estos naipes en la mano, vemos cómo las rentas se polarizan, y un aumento de la desigualdad que hace que cada vez sea más complicado tanto ascender como recompensar adecuadamente el trabajo. No obstante, el agit-prop del capitalismo continúa vendiéndonos la moto del 'sueño americano' sin mostrarnos también sus deficiencias estructurales. De ese error surgen grotescas consecuencias, como la acusación de pereza a la gente que no triunfa, o de colocar en un pedestal impoluto a los que tienen éxito. Cuando se busca hacer cumbre, no es lo mismo tener un papá como el de Trump o las Kardashian, a ser hijo de una limpiadora, aparte de que los puestos claves hace tiempo que están en almoneda. Todo esto no quita para que haya gente que llega, gente que lucha, gente que no se rinde. Y así debe ser. Ahora bien, que no nos vengan con mensajes moralizantes ni justificaciones de que las clases altas ocupan su lugar porque son mejores que el resto, ya que a igual esfuerzo no hay exactamente igual recompensa. Habría que espigar individuo por individuo.

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Dicho esto, y sabiendo que debemos mejorar el tema de la igualdad de oportunidades y la discriminación laboral, volvamos a 'La Escopeta Nacional'. Luis Medina respondió a las acusaciones con una frase apoteósica: «Si no fuera tan popular, sería un comisionista más». Dicha sentencia resume perfectamente la empanada mental de la que fui testigo en algunos de los miembros de su tribu. Si no han tenido la experiencia vital de tratarse con algunos de ellos, les recomiendo el libro de Íñigo Ramírez de Haro, 'La mala sangre' (Ediciones B), que retrata con crudeza e ironía su propio estamento. Y, por supuesto, vuelvan a ver al gran Luis Escobar, marqués de Leguineche y coleccionista de vello púbico.

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