Un buen día de 1968, el dictador portugués António de Oliveira Salazar se pegó un trompazo en la consulta del callista y acabó en el hospital con la cabeza medio perdida. Sobrevivió dos años más, pero nunca se recuperó del todo. Según relata su biógrafo, ... Marco Ferrari, al hombre lo sustituyeron discretamente al frente del país sin que él se diera cuenta y trataron de evitarle cualquier disgusto para no agravar su delicadísimo estado. Su vida monacal y sus escasas salidas ayudaron a mantener viva, al menos en su cabeza, la ficción de que él aún mandaba en Portugal. Oliveira Salazar seguía residiendo en el palacio de Sao Bento y los ministros iban de vez en cuando a echar un ratillo con él con la fingida seriedad de quien está despachando asuntos de la máxima importancia.
Aquellos dos años resultaron especialmente duros para Augusto de Castro, director del 'Diário de Notícias', el periódico favorito del dictador portugués. Todas las noches, después de cerrar la edición que se mandaba a los quioscos, el propio director facturaba otro periódico del que se tiraba un solo ejemplar para un único lector. Cuando acababan de imprimirlo, un mozo lo llevaba al palacio presidencial. De este modo, mientras desayunaba, Oliveira Salazar lo hojeaba sin sobresaltos y leía su nombre con su cargo de siempre y con los elogios acostumbrados. Murió creyendo que todavía era presidente del Consejo.
Por alguna razón, esta curiosa historia me ha venido a la cabeza al conocer la última encuesta del CIS. Me imagino a Félix Tezanos subiendo exultante las escaleras de La Moncloa, blandiendo fogosamente el último sondeo y gritando:
- ¡Jefe, buenas noticias! ¡Seguimos arriba! ¡Y por mucho!
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