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Jazz

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Todos los grandes se hallaban en equilibrio, de una forma u otra, sobre un fastuoso abismo. Todos tocaban como si alguien hubiese colocado una bayoneta a su espalda. Frío. Calor. Frío. Calor

Domingo, 20 de febrero 2022, 21:58

El jazz tiene fluidez, cada acción, movimiento, pensamiento deriva inevitablemente del anterior: es un presente continuo. Un ahora, ahora, ahora. Yo tardé en entrar en esa curva temporal, no acababa de comprender su propuesta, ni en las grabaciones, ni en los garitos de música en ... directo. Fue un día, escuchando a John Coltrane, cuando me di cuenta del milagro. Curiosamente, no es el camino más cómodo para entrar en el jazz, pero yo no lo sabía, y fue directamente a través de 'A love supreme'. Desde el primer Coltrane, el que escucha a Parker y trabaja con Miles Davis y Monk, hasta la vanguardia extrema de 'A love supreme' hay un camino que tuve que recorrer al revés. Te abres paso a través de las vicisitudes habituales en las carreras de jazz, alcohol, heroína, cocaína, desconcierto existencial, esquizofrenia, y vas trazando las rutas de estos himalayistas musicales. El trabajo al que nos referimos dura 32 minutos, suficiente para cuajar una obra inconmensurable, la destilación de un genio. No hay manera de contar verbalmente la cantidad de fibras que toca una composición tan compleja como alucinada: hay que escucharlo. Aturde. Sobrecoge. Cuando termina, sabes que has llegado a un lugar nunca hollado por el hombre. Se te escapa un ¡Alabado sea el Señor!, aunque no creas en ningún señor. Te acuerdas de Góngora: «Las palabras, cera; las obras, acero». A partir de este punto, se me abrió una constelación a explorar.

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