Hace años, en Cangas del Narcea, con un grupo de chavales, sacamos del río una piedra grande y dura; la rompimos y su interior estaba totalmente seco; llevaba muchos años en el río, pero el agua no había penetrado en ella. Algo parecido nos puede ... pasar a los cristianos con la fe, como a los apóstoles, que estaban encerrados en una casa, en Jerusalén. Tenían mucho miedo y no comprendían los acontecimientos durante la Pascua, pero siguieron el consejo de Jesús: permanecer unidos. Algo les faltaba para empezar su misión, la fuerza, el Espíritu.

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El mismo Espíritu que inspiró a los apóstoles sigue su misión y sigue inspirando a los profetas actualmente para que nos hagan ver la realidad y mantener el mensaje de Jesús; son los pobres, los enfermos, los que viven injusticias y claman para que la fe se note en la caridad y sin egoísmos. La carta a los Gálatas llama al entendimiento entre todos, porque el egoísmo, la envidia, la soberbia… nos alejan de Dios y nos separan entre nosotros; el Espíritu nos da un lenguaje del entendimiento, el lenguaje del amor.

Pero esta sociedad nos está convirtiendo en creyentes de fe pequeña: cristianos y comunidades vivimos con una fe frágil, de barro. Hace años, el teólogo alemán Karl Rahner advertía que el principal problema de la Iglesia es su «mediocridad espiritual». Sabemos vivir entretenidos y mantener el bienestar, sin necesidad de la verdad. La ciencia y la técnica nos programan sin raíces ni metas, nos han hecho desconfiados, frágiles e inseguros.

Sólo el Espíritu de Jesús nos vuelve a la Iglesia viva y con él podremos saber que las zonas donde no está el Espíritu son zonas muertas. San Pablo nos dice: «No apaguéis el Espíritu, probadlo todo y quedaos con lo bueno» y esto vale para hoy. No todo está dicho en la Iglesia, J. Rostand dice: «Me pregunto si los que creen en Dios le buscan tan apasionadamente como nosotros, que no creemos, y notamos su ausencia».

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