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Paseas por el Muro y el Náutico un sábado a las 8 de la mañana y se ven grupos de jovencitos y jovencit as de unos 14 o 15 años, unos sentados otros paseando, con vasos en la mano y algunos con el cigarro. Y ... me pregunto si los padres de esos guajes podrán dormir tranquilos; salen de casa a las 6 de la tarde y a las 8 de la mañana andan por el Náutico. Y no es que vayan a hacer nada malo; si quisieran hacerlo podrían hacerlo a las 12 de la mañana o a las 5 de la tarde. Pero ¿los padres de esos guajes podrán dormir tranquilos?
Es difícil comprender donde queda la autoridad de los padres, porque los hijos cada vez piden más y si no lo consiguen son capaces de todo para conseguir el último móvil o por la hora de llegar a casa. Algo falla en la educación en la familia, que es una tarea difícil, pero que no se consigue llenándoles el armario de ropa o con un móvil. Darles muchas cosas puede ser fácil, pero acaba atrofiando la mente de los hijos; es más difícil formarles en valores como la confianza, el respeto, en una fe sólida… todo eso vale más que armarios llenos de ropa, la moto o el móvil.
Dice Jorge M. Barquín que «estamos creando una generación de adolescentes y jóvenes que no valoran el esfuerzo y la austeridad porque desprecian todo lo que ignoran». Aunque no son así todos los jóvenes ni todas las familias, hay padres que se ven incapaces para hacer frente a esta sociedad que arrastra a los hijos al ocio, alcohol y la ropa de moda.
Muchas veces escuchamos, cuando vemos problemas de los jóvenes, que esa formación se la tienen que dar en el colegio desde pequeños, pero yo creo que la educación, como los libros y la mochila, hay que llevarlos de casa, donde aprenden que hay una jerarquía de valores, que no todo da igual y que, cuando esa jerarquía se rompe y los padres pierden la autoridad, el futuro de esa familia va a ser incierto y poco recomendable. La historia, por desgracia, así lo dice.
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