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El próximo domingo comienza el nuevo Año Litúrgico con el Adviento. Hoy el evangelio presenta a Jesús como un rey extraño, con un reinado distinto: no hay autoridad, ni poder, ni fuerza, sino servicio y ayuda, perdón y amor. No hay superiores ni inferiores, sino ... igualdad y fraternidad. No hay ricos ni pobres, sino comunidad de bienes. Y tiene que ser una realidad aquí en la tierra, no en la otra vida, sino en esta; son las bases hacia una sociedad nueva, con nuevos pilares. La autoridad al servicio de los demás, con justicia, nadie es más que otro. Estos son los cimentos de un mundo basado en el amor, no en el poder, la fuerza, el dinero o el prestigio. Y la iglesia debe seguir el camino que Jesús inició, sin buscar atajos fáciles y sin inclinase ante «los reyes de este mundo».
El Evangelio de hoy afirma que su reino «no es de este mundo», pero eso no quiere decir que esté ajeno al mundo. Su reinado no es del estilo que tenemos, basado en la mentira, la injusticia, la violencia o el dominio, con reyes, presidentes y mandatarios que nos dicen y prometen grandes cosas, con promesas que nos llegan a ilusionar, pero cuando llegan al poder están lejos de la verdad, la justicia, el amor y de la paz. Juegan con nosotros.
La vida no es un juego de cartas. Para un cristiano la vida debe estar en servir a los demás. Jesús vino al mundo para servir, pero convertimos la vida en un juego de cartas, donde triunfa el as. El as de oros, el de espadas, el de copas o el de bastos. El as de oros es para los almacenan riquezas a toda costa, sin reparar en el sufrimiento ajeno, el oro da la felicidad. El as de espadas y de bastos es para quienes todo lo quieren conseguir con la fuerza, con violencia y guerras. El as de copas es para los ahogan en vino, fiestas y comidas las penas y amarguras que sienten, porque su vida no tiene sentido. No debe ser así para un cristiano, cuando falta Dios no se puede buscar otros ases para tener la felicidad.
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