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De camino a Jerusalén los fariseos se enfrentan a Jesús con una pregunta sobre el divorcio: «¿Puede un hombre divorciarse de su mujer?». La pregunta es normal porque la Ley permitía al hombre poner fin al matrimonio. Pero se discutían los motivos que podrían justificar ... el rechazar a la mujer por parte de su marido. Había dos grandes escuelas: Shammai, más rigurosa, sostenía que sólo un motivo muy grave (adulterio o mala conducta) daba al marido el derecho a repudiar a su esposa; para la escuela de Hillel, dominante en la época de Jesús, cualquier motivo, incluso el más inútil se podía utilizar.
La respuesta de Jesús es clara: Moisés permitió dar el 'acta de divorcio', que ponía fin al matrimonio por la 'dureza de corazón' de los hombres. En el origen, el hombre y la mujer están para ayudarse, para amarse, sin discriminación de las mujeres, que no están en un plano subordinado, ni son meros objetos que se pueden utilizar fácilmente.
Pero, hoy día, las telenovelas y medios de comunicación imponen su moda y tratan de convencernos de que el fracaso familiar es algo normal, insignificante. Para los cristianos no es algo normal, sino una situación límite, una realidad excepcional.
Y podemos ver casos en que algunas parejas toman el matrimonio con cierta ligereza. Novios que se preocupan más por las flores y la música que por su preparación interior para casarse y les parecen excesivos los medios que se les ofrecen. Lo cierto es que se exige más formación para ser bombero que para fundar una familia y educar a los hijos. Casar a novios sin estar preparados, es peor que dar el carné de conducir sin exigir preparación.
El divorcio no es un simple remedio, a mano, para resolver las dificultades que la vida presenta cada día. El divorcio legal un drama para el matrimonio y para los hijos, pero hay matrimonios hundidos, desencantados, aunque vivan bajo el mismo techo y necesitan ayuda de la familia y de la Iglesia.
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