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Nada más evidente que nos cuesta mucho asimilar que las personas que con su luz alumbraron nuestras vidas se van apagando. Y no es menos ... cierto que a simple vista daba la impresión de que la inmensa luz que irradiaba la persona y la voz de Mari Paz Lucas ya se había apagado hacía algunos años, pero al encontrarse con ella, impedida y en una silla de ruedas, sin que sus labios pronunciasen palabra alguna, nos venía a la mente el poema que nos regaló Gustavo Adolfo Bécquer: «El alma, que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada».
Puedo dar fe de que habiendo conocido, disfrutado y formado parte de algunas de las ideas y proyectos de Mari Paz Lucas, al encontrarnos, siempre arropada por su esposo para toda la vida «en la salud y la enfermedad», ella no movía sus labios, pero sí hablaba con la mirada.
Nada más pretencioso e imposible de resumir en unas pocas líneas lo que supuso Mari Paz Lucas para la historia y la vida de sus contemporáneos en este Gijón del alma, pero con sus muchos aciertos y valores profesionales a través de las ondas de aquella emisora que trasmitía vida y esperanza a sanos y enfermos, lo más importante de su personalidad era su incontenible optimismo, la fe en sus propias ideas y la confianza que era capaz de contagiar a quien tuviese ante su micrófono.
Mari Paz Lucas pudo haber triunfado en cualquier manifestación de arte, porque ella misma era el arte hecho mujer, pero el destino quiso que tuviese dos amores: uno, y el más importante, el de Andrés Dizy, su marido, que desde que la conoció supo entender que su compañera de por vida era un ser especial, haciendo posible compartir y entender que su otro amor era la comunicación con las personas a través de 'su' segunda casa en la calle de los Moros, E. A. J.34 Radioemisora Gijón.
Por haber disfrutado de su compañía formando parte de la junta directiva de la Coral Polifónica Gijonesa, puedo dar fe de su carácter dialogante, optismista y conciliador, siempre con una sonrisa que imposbilitaba el que pudiera tener enemigos.
La ausencia definitiva de Andrés su marido, dejando huérfana aquella mesa del Café Dindurra, donde los dos veían pasar a todo Gijón a través de sus ventanales, junto con la edad, que nunca perdona, hacia presagiar el final que ahora ya ha unido a Mari Paz y Andrés para toda la eternidad.
El haber disfrutado de su amistad hace imposible el que podamos olvidarnos de ellos. Gracias por habernos dado parte de sus vidas. Que descansen en paz.
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