Andan los parques de Oviedo plagados de niños estrenando sus juguetes, las estaciones llenas de maletas que regresan a sus armarios y, poco a poco, la rutina va abriéndose camino con la misma fuerza que rompió la calma la lesión de Cazorla la tarde del ... jueves pasado. Fueron pocos los segundos de diferencia con los que empecé a recibir la noticia por distintos grupos. Había quien se llevaba las manos a la cabeza, quien maldecía a Calleja por no darle descanso y quien, como yo, rabiaba en silencio y no tardaba en pensar que les ganaremos de todos modos.
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Porque en un partido de estas características a nadie le importa la racha que llevan los equipos y mucho menos los jugadores que los forman. Aunque tener a los mejores disponibles siempre ayuda. En estos partidos lo futbolístico deja de ser importante y pasa a ganar relevancia los jugadores que no tienen miedo en ir al choque, recibir una patada y seguir jugando. Es un partido para aquellos que son conscientes del escudo que llevan en el pecho y su manera de estar en el mundo. Es un partido donde tiene que haber tensión, pundonor y lucha. Porque aunque valgan lo mismo que tres puntos contra el Burgos, mentalmente valen su peso en oro. Y lo valen porque, por suerte, en un mundo donde las rivalidades deben de pasar a besos y abrazos, el derby de Asturias es uno de los últimos reductos de autenticidad que le quedan al ser humano. Nadie está hablando de altercados, pero es necesario que la pasión con la que se vive en las gradas inunde el verde y ambos equipos salgan a morir en el campo.
Porque sin toda esta pasión, sin este amor irracional que no entiende de categorías ni de resultados, nunca hubiéramos salvado a este equipo. Y no tiene nada que ver con la venganza, no tiene nada que ver con el rencor ni con el odio. Somos muchísimo mejor que todo eso. Tiene que ver con el respeto a uno mismo y a su familia. Porque cuando tocan lo único que no se puede tocar, cuando uno ve que intentaron hasta lo imposible por destruirla, no puede hacer otra cosa que ser consciente de lo que hubiera sucedido si hubieran tenido suerte. Si por un segundo la moneda hubiera salido cruz y se hubiera hecho realidad la camiseta del último derbi de la historia. Es una cuestión de amor propio y respeto a todos los que ya no están e hicieron lo imposible para que el escudo del Real Oviedo no se extinguiese. En el fútbol, como en la vida, no te puedes poner del lado de alguien que va en contra de la familia. Así que cuida tu garganta y evita coger el virus que a casi todo el mundo ha metido unos días en la cama, prepara tu camiseta y tu bufanda y haz que el Carlos Tartiere el sábado once a las nueve de la noche sea un campo de batalla. Vivamos la pasión de este deporte con la rivalidad que se merece y que ha hecho al derbi asturiano el mejor derbi de España.
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