La luna me sabe a poco
Jaime Clemente Hevia
Jueves, 13 de junio 2024, 08:49
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Jaime Clemente Hevia
Jueves, 13 de junio 2024, 08:49
Corría como un hámster en Canal a primera hora de la mañana para evitar pensar en todo lo que nos jugábamos esta tarde. Tenía el día libre para poder viajar a Éibar y pasármelo en el sofá no era la opción más saludable para mi ... cabeza. No había podido dormir demasiado. Las horas que lo conseguí me las pasé imaginando goles del Real Oviedo de todos los colores y saltando al campo para subir a hombros a los jugadores. Mis piernas avanzaban al cantar de Kutxi Romero y al compás de Marea mientras la aplicación de correr me notificaba los kilómetros y el tiempo. Era tal la ansiedad que batí mi propio récord.
Al llegar a casa me di una ducha de agua caliente, porque siempre he desconfiado de la gente que se ducha con agua fría, y para tratar de matar las horas que faltaban para ir al coche puse una lavadora. Preparé la camiseta de Paco Sanz que me regaló un profesor el día que me echaron del instituto y puse de fondo las canciones que escuchaba en el Tartiere antes de los partidos. Sonó La Fuga, Ciudad Bambú, Melendi, Babylon Chat y el himno del club. Me paré frente al espejo pensando la ropa con la que viajaría y no dudé ni un segundo en repetir el mismo atuendo con el que viaje a Éibar y volvimos clasificados: Adidas Samba, calcetines morados, pantalones verdes y la camiseta de Paco. No es que sea una persona supersticiosa, pero cuando uno va a la guerra tiene que llevarse sus amuletos.
Volví a recorrer el mismo trayecto que hace dos semanas. La misma fe, la misma pasión, la misma mitomanía. Nada había cambiado dentro de los corazones oviedistas que recorrían las carreteras de España para dejarse la garganta y el alma. Todos unidos bajo la pasión de un equipo que llevamos grabado a fuego en nuestras entrañas.
Los goles se hicieron esperar hasta el minuto sesenta de la segunda parte. Y cuando la gente comenzó a creérselo los padres empezaron a levantar en brazos a sus hijos, los abrazos se sucedieron mientras los rostros se llenaban de lágrimas y la grada no hacía otra cosa que cantar, saltar y dar palmas. Escribimos una nueva página en la historia y, ahora, lo único que podemos hacer, es preparar las plumas para contar cómo recuperamos nuestro sitio en la historia. A por ellos.
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