2020 termina marcado por el covid, adentrándonos en un 2021 que, en mi opinión, y en contra de la creencia –o deseo, por aquello del 'wishful thinking' o pensamiento ilusorio– general no va a ser el de la salida del marasmo sanitario y social ... en el que estamos varados. Podría ser, en el mejor de los casos, el año en que se empiece a controlar la epidemia. Entre tanto, lo que parecía una crisis social y económica exógena y de salida aparentemente fácil, torna en otra endógena, estructural, imprevisible y, por tanto, de más compleja y desigual superación –ese perfil en 'K'–, ahogada en mares de deuda que obligarán, por lustros, a vivir con frugalidad. 2021 pondrá a prueba, en fin, nuestra templanza.
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Más allá de algunos acontecimientos excepcionales y negativos con los que ha arrancado el año, como las copiosas nevadas, el asalto al Capitolio 'useño' por las milicias trumpistas, o esa ola de frío que recorre Eurasia y encareciendo la energía, en Europa y, desde luego, en España, serán dos las variables que determinen el curso de 2021.
1.–Una, los efectos de las vacunas que ahora empiezan a administrarse. Todo apunta a que los impactos sociales y económicos del covid son directamente proporcionales a la incidencia de la enfermedad. Allí donde esta es menor –esencialmente, Oriente– no hay recesión. En Europa, cuando el virus amaina, la economía parece recuperarse. Y a la inversa. Todo apunta a que, perdida la oportunidad de 'derrotar al virus', habría que lograr la inmunidad de grupo o rebaño, bien por contagio, bien por vacuna, para aplacar su incidencia. Pero, por un lado, desconocemos el periodo de inmunidad que proporcionan las vacunas y, por otro, salvo en el militarizado Israel y algún país pequeño, la campaña de vacunación ha arrancado con sorprendente parsimonia. Desconocemos, además, el potencial de las vacunas sobre nuevas cepas, como la muy inquietante 'inglesa'. La consecuencia es que la inmunidad de grupo parece, a fecha de hoy, casi inalcanzable en este año. Eso sí, es bastante probable que consigamos reducir los contagios en los grupos de población más expuestos –ancianos, sanitarios, …– aflojando la presión sobre el sistema sanitario. No sería poco. Pero todo apunta a que sería insuficiente para el normal desenvolvimiento de la actividad económica.
2.– Los fondos de Recuperación, React. A España le corresponden unos 170.000 millones de euros en seis años, destinados, en teoría, a reforzar servicios sanitarios, a paliar las consecuencias sociales del covid y, sobre todo, a transformar nuestra estructura económica –también la de la Unión– en otra más 'verde, tecnológica, inclusiva y resiliente'. Casi nada. En 2021 llegarían unos 30.000 millones, alrededor del 2,5% del PIB previo a la crisis. Puede parecer mucho, y lo es. Pero, por comparar, según Hacienda, el agujero de las administraciones públicas, sólo hasta octubre, había crecido en 57.000 millones, casi el doble. La merma del PIB superará los 100.000 millones.
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El rendimiento que tendríamos que obtener a muy corto plazo de esos fondos sería extraordinario, porque 2020 deja un panorama desolador: el sector privado destruyó 520.000 empleos, apenas compensados por las 160.000 personas, sanitarios y educadores, sobre todo, contratadas por las las CC AA, para atender las consecuencias del covid. Son, por tanto, 360.000 empleos menos que hace un año, que esbozan una tendencia al crecimiento, por ahora coyuntural, de un sector público cada vez mejor remunerado, pero sin capacidad para financiarse a medio plazo. Hay que sumar a los 755.000 trabajadores en ERTE, con su futuro más que incierto en muchos casos vinculados a 'empresas zombie', más unos 350.000 autónomos que han recibido alguna prestación. En total, 1,5 millones de ocupados afectados oficialmente por la crisis. Estos impactos en Asturias son aún de mayor gravedad, con registros que, porcentualmente, superan la media nacional.
El resultado es que un 50-60% de los hogares españoles redujo sus ingresos en 2020. Y sin visos de recuperarlos a corto plazo. Además, la crisis ha ahondado brechas sociales críticas: de renta, con mayor virulencia en los hogares donde son menores, y de edad, impactando sobre la juventud que abunda en la precariedad.
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Aún así, no son los asalariados, sino las empresas supervivientes las que están cargando con el mayor peso de la crisis, casi un 60% de la reducción del PIB. Esto es, las empresas están aguantando pérdidas con cargo a los beneficios pasados y los posibles futuros, manteniendo plantilla en lo posible, pero desgastando su músculo financiero y, por tanto, su capacidad de recuperar y crear empleo en el futuro.
Vacuna y fondos deberían romper estas inercias. Pero nada hace pensar que 2021 vaya a ser el año de la recuperación. No parece probable que se alcance un horizonte de seguridad sanitaria que permita a las empresas planificar inversiones a medio plazo. Tampoco volverá el turismo extranjero. Y el turismo interior, que tan bien funcionó –especialmente en Asturias– el pasado año, sufrirá las consecuencias de la reducción de rentas de los hogares. La exportación está tocada –el sector del automóvil no acaba de remontar– y la demanda interna, dada la merma de rentas y la precaución de quienes pueden ahorrar, deja pocas puertas a la esperanza. Súmese a ello la desmoralización e incertidumbre generalizadas ante circunstancias que han rebajado expectativas, impidiendo un proyecto vital a corto o medio plazo, más allá de proteger salud y economías.
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Por eso, la administración de los fondos europeos requeriría extrema sabiduría y prudencia para rentabilizarlos a corto y largo plazo y más en este contexto epidémico. La lista de candidaturas a disfrutarlos empieza a estar concurrida. Pero los mecanismos para seleccionar las iniciativas, publicados recientemente en el BOE, aparentemente muy centralizados en Moncloa, y apenas sujetos a control parlamentario, no despejan dudas sobre la eficacia y transparencia en su administración.
La experiencia en la administración de los fondos foráneos, siempre destinados a transformar la economía, en España y, particularmente, en Asturias, es desigual. Sabemos que solo hemos sido capaces de invertir un tercio de los fondos europeos correspondientes al pasado marco fiscal. No es buen precedente. Aquí hemos vivido también los fondos mineros. Pero también sabemos que Ensidesa, que sigue ahí, nació en 1950 aprovechando la ayuda estadounidense. Esperemos que, en unos años, veamos más ensidesas que rotondas o montepíos. Y que, ejercitando el 'wishful thinking', 2021 marque el principio del cambio económico y social, transitando desde la obra pública a la transformación de nuestra estructura productiva. Que falta nos hace.
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