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La actividad política tiende a desvincular a los políticos de la realidad. Primero, porque por mucho que 'pisen la calle' o reciban visitas en sus ... despachos, la mayor parte de sus contactos son con iguales y subordinados, mayormente del mismo partido. Y las vistas y contactos con la gente no suelen ser espontáneos, sino mediatizados por jerarquía e intereses. Segundo, porque el manejo del presupuesto, de la legislación; el ajetreo de primeras piedras e inauguraciones, conforman una percepción de hiperactividad, de 'hacer cosas' que, con frecuencia, son gotas en un océano sin apenas influencia en la vida real de la mayor parte de la ciudadanía. Tercero, porque la complejidad de los procedimientos administrativos conduce a otra hiperactividad, absurda, para sacar adelante, trámite a trámite, cualquier iniciativa. Y, cuarto, porque la necesidad de justificar la labor de gobierno conduce a una especie de disonancia cognitiva, más o menos consciente, donde el encaje entre acción política y resultados requiere incluso la utilización de buenas noticias casuales o coyunturales como fruto de su labor de gobierno, atribuyendo las malas a factores externos. Súmese a todo ello la tendencia, creciente, a utilizar datos coyunturales como si fueran estructurales, entresacando siempre el dato positivo de un año o de dos como si marcara una tendencia a largo plazo, olvidando que las tendencias económicas, demográficas y sociales tienden a ser consistentes y de difícil reversión en el plazo de un mandato o legislatura.
Viene todo esto a cuenta del optimismo que, desde las más altas magistraturas asturianas, se intenta contagiar a una ciudadanía que, como mucho, y más allá de algunas élites, tiende a ser escéptica sobre el futuro. Y es que las tendencias para Asturias no son, pese a todo, las mejores. Más aún cuando nos referimos a asuntos como el bienestar, el tejido industrial o la vivienda.
En cuestiones de bienestar, Funcas nos acaba de anunciar que este año, por fin, Asturias recuperará la renta por habitante de 2019. Seremos los últimos en hacerlo, junto con Extremadura. Queda pendiente superar los umbrales de 2008. Los números del sistema regional de salud siguen siendo preocupantes: de acuerdo con el Ministerio de Sanidad, las listas de espera siguen creciendo, 24.783 asturianos esperando por una operación en diciembre de 2023, por 22.292 un año antes. Y el tiempo medio de espera pasa de 86 a 96 días. El sistema de servicios sociales sigue desbordado, y la diferencia entre solicitudes y resoluciones en dependencia pasa, según el Imserso, de unas 5.000 en 2019 a 8.000 en abril de 2024. Y los indicadores de pobreza perseveran, año tras año, en ser los peores del Norte de España. Y sí, es cierto que, contra pronóstico, se ha truncado la tendencia al declive demográfico. Pero todo apunta a que asistimos a un fenómeno coyuntural: las tendencias de fondo apuntan a que los nacidos son menos que nunca, a que los jóvenes nacidos en Asturias siguen emigrando y a que la inmigración extranjera en récords que nos salva los papeles es un fenómeno insostenible en el largo plazo y, tal vez, fuente de problemas en el futuro. Ya sucedió lo mismo en 2005-2010. Y sin leyes específicas. Simple coyuntura. A ver qué nos van deparando los datos para 2024.
Hace ahora tres años, nos visitó el presidente del gobierno, acompañado de pompa, circunstancia y la familia Mittal. Anunciaban el ¿inicio de obras? de una nueva acería eléctrica de la compañía. Hasta hoy. Si acaso, noticias contradictorias, algunas algo inquietantes y alguna maqueta. Sucede lo mismo con la producción o 'hub de almacenamiento' de hidrógeno verde. Asturias parece reunir condiciones inmejorables para ello. Pero seguimos sin nada tras años de anuncios. Se anuncia como un logro la apertura de un centro logístico –uno más de los muchos que tiene por toda la península– de Amazon. Pero Bobes sigue desierto. Y persiste la amenaza sobre Saint-Gobain y la propia Arcelor. Prospera en cambio, la industria de armamento, revitalizando a Oviedo como polo fabril. Y sí, repunta la inversión extranjera. Se habla de récord. Pero ojo, Asturias recibe oleadas inversoras cada 10 años, más o menos. De esta, tocaba. La actual, por ahora, está lejos en volumen de la última, allá por 2014. Y suelen ser inversiones 'monoempresa'. Todo apunta, según el Ministerio de Comercio, a que en 2023 el 80% de la inversión procedió de una sola empresa, austriaca. La media de los últimos cinco años está, más o menos, en lo que nos corresponde por peso económico, y muy por debajo de País Vasco o Galicia.
En cuánto a la vivienda, se publican estos días datos preocupantes: cae a mínimos la oferta de alquiler residencial mientras sube la estacional, con los precios subiendo a mayor velocidad que la media nacional. Es necesaria regulación y, desde luego, vivienda pública. Bien está que se hayan puesto en marcha 600 unidades, pero el objetivo debería ser más ambicioso: 6.000 cuando menos.
Siento, por tanto, aguar el optimismo oficial. Sé que incluso está mal considerado. Consuela, si acaso, que lo apuntado por nuestro presidente en estas páginas como reto es, en realidad, reconocimiento de problemas reales. Pero la venta de optimismo sin una base consistente en el largo plazo puede resultar incluso perniciosa. Más lo es aún eludir el diagnóstico realista, base de toda buena política. Siempre se confía en que de puertas adentro, se mantenga clara la diferencia entre la realidad y el relato.
Porque lo cierto es que Asturias tiene ciertas opciones para el optimismo. Y es que, por vez primera en medio siglo, tras sufrir reconversiones, reestructuraciones y jibarizaciones en agroganadería y pesca, minería, metal, naval, construcción y, en estos últimos años, la energía, no se ciernen amenazas –con permiso de Arcelor– sobre sectores estratégicos enteros. Quizá Asturias haya tocado fondo. Y, a partir de ahí, sólo se pueda surdir y crecer. Esta es, quizá, y a mi modo de ver, la noticia menos mala. La que, de verdad, y tras décadas de zozobra, invita al optimismo. A partir de aquí es donde empieza la tarea, nada fácil, de nuestros representantes políticos, de las administraciones y de la sociedad asturiana en su conjunto. Pero para ello, lo primero es, justamente, no perder el sentido de la realidad.
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