Con la toma de posesión del presidente y el nombramiento de su gobierno, que conoceremos inmediatamente, se pondrá en marcha, más allá de las formalidades, la XII legislatura. En su discurso de investidura, el Sr. Barbón, tan dado a proponerse objetivos (en enero fueron 25, ... en el discurso de investidura, seis) enunció las claves de su mandato: desde el reto demográfico, siempre planteado como si fuera un fenómeno aislado y no la consecuencia de otros, hasta la defensa de la cultura asturiana, con la controvertida potenciación de las lenguas propias en el marco de la Ley de Uso y Promoción, pasando por la consolidación del supuesto liderazgo de Asturias en economía verde, siendo actualmente la región con mayores emisiones por habitante y sin disponer de tecnologías propias para el desarrollo de fuentes energéticas alternativas como ese hidrógeno que parece lejos de cuajar como nuevo vector. Dijo, en fin, algo muy en su estilo voluntarista, pero que a los que empezamos a sumar décadas, nos suena a 'déjà vu': «Los mejores días de Asturias están por llegar».

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Lo cierto es que Asturias, y a pesar de algunos signos esperanzadores, llega exhausta a la nueva legislatura. Según la ultimísima EPA, durante la pasada legislatura Asturias generó empleo a ritmos que son la mitad del nacional. Y lo hace, además, en sectores tan tradicionales como el turismo, el inmobiliario y el sector público, mientras persisten tasas de ocupación entre las más bajas de España. Quizá como consecuencia de ello, nuestros salarios figuran entre los que menos crecen en todo el país, el Principado registra récords de pobreza y exclusión y ahondamos en el envejecimiento. Resultado: el desbordamiento de los servicios sociales, de cuidados y salud.

Esta legislatura arranca, además, con una coalición de gobierno, representada por esa macroconsejeria multifuncional, casi un gobierno dentro del gobierno. Y con una oposición robustecida. Quizá todo ello revitalice una Junta que, durante la pasada legislatura, y pese a las urgencias, fue parca en productividad. Queda por ver si lo hace en forma de parálisis o de acuerdos feraces. Por otra parte, la vuelta de la Unión a la ortodoxia presupuestaria, el fin de los NGUE, una posible ralentización económica y la geometría gubernamental que parece adivinarse en Madrid, muy escorada hacia País Vasco y Cataluña, no auguran muchos recursos para desplegar políticas públicas ambiciosas.

Ojalá que, pese al viento de frente, el nuevo gobierno -y la sociedad asturiana- acierten y veamos llegar, de verdad, esos «mejores días para Asturias».

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