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Días atrás, el politólogo Gustavo Palomares, director del Instituto Gutiérrez Mellado, dejó una afirmación que resonó entre los muros del viejo caserón universitario de la calle San Francisco: «La guerra de Ucrania ha terminado con el pacto liberal-democrático».
En efecto. Todo apunta a algo ... sobre lo que ya hemos alertado repetidamente en estas mismas páginas a lo largo de los últimos años: la 'pax americana' toca a su fin. Los Estados Unidos, el hegemón desde la Segunda Guerra Mundial, compartirá y disputará poder durante los próximos lustros con una amplia liga, liderada por China, que aglutina a más de la mitad de la población mundial. Asia y el Pacífico serán el escenario de esa competición geopolítica, donde el dominio cultural incluye el final de la democracia liberal como supuesta aspiración universal.
Es verdad que China tiene aún problemas para liderar esa Liga del Pacífico/Índico, con la que disputará la supremacía a las 'anglo' de los Cinco Ojos y Aukus: Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, a las que quizá se sumen Japón y Corea del Sur. De un lado, y más allá de la reivindicación taiwanesa y la disputa con Japón a cuenta de las Senkaku, mantiene conflictos territoriales con buena parte de sus potenciales aliados -Vietnam, Filipinas, Malasia y Taiwán- a costa del archipiélago de las Paracelso, en cuyo entorno ha construido varios atolones artificiales que albergan incluso pistas de aterrizaje que superan los tres kilómetros. Tiene también largos litigios con India a cuenta del estratégico Bután, pero también de Arunachal y Aksai Chin, que han sido motivo de anexiones y guerras recientes. De otro, el desarrollo chino se está financiando, en buena medida, a cuenta de una deuda respaldada por inmuebles que han perdido buena parte de su valor. Nadie sabe hasta qué punto puede condicionar el crecimiento futuro, que todos los expertos sitúan ya lejos de aquellos guarismos prodigiosos de los últimos cuarenta años.
Pero quizá sean disputas conllevables. Y China parece contar con habilidades para resolverlas o, al menos, orillarlas. Diplomacia política, exhibiendo logros como la tregua entre archienemigos como Irán y Arabia Saudí, y económica: China es ya el primer exportador mundial y lidera RCEP, la zona de libre comercio más grande del mundo. Los préstamos para construir infraestructuras (a cargo de empresas chinas, claro) y, sobre todo, la argamasa anticolonialista a lo largo del vientre de Asia y las orillas de África e Hispanoamérica, contribuyen también a fraguar esa coalición contra las que se consideran antiguas -y decadentes- potencias europeas. Escenas como el rapapolvo que dirigió, en directo, el presidente congolés al francés, o el del propio Xi a Trudeau, no son ajenas a ello y marcarán, a buen seguro, un antes y un después. Pero es que, además, China está adquiriendo seguridad en sí misma, en su fuerza y dinamismo, en su capacidad para volver a ser el Imperio del Centro. Que es, en realidad, lo que su nombre quiere decir. A sus habilidades diplomáticas y económicas suma la tecnológica, entendiéndose por tal rivalizar de tú a tú con los Estados Unidos.
Tenía, sin embargo, dos hándicaps para competir con la seducción 'useña': la ausencia de un estilo de vida atractivo (y una industria audiovisual que lo vendiera) y de libertades. Sin embargo, empieza a contrarrestarlas. En las redes sociales, que abaratan la difusión, abundan los vídeos en los que China alardea de ciudades asombrosas, infraestructuras añolucistas o una intensiva mecanización del campo, al tiempo que vemos a sus ciudadanos disfrutando de parques de atracciones, de vergeles urbanos o, sorpresa, de la participación política. China conoce bien la crisis de la desafección occidental. Sólo un 58% de Occidente dice vivir en democracia, por un 68% de los chinos. Así que se permiten no solo presumir del afecto ciudadano hacia su sistema, sino publicar un panfleto, 'China, la democracia que funciona', que explica las virtudes de su sistema político. Su milenaria tradición administrativa, puesta al día como sistema de carrera burocrático-partidista («es recomendable afiliarse al Partido Comunista»), aparece como la esencia meritocrática. Y su mayor -y mejor- exponente sería 'Tío Xi'. Un sistema legitimado por el crecimiento y fortaleza nacional, y por su recuperado orgullo como 'imperio regional' que se apresta a erigirse como árbitro que vele por la armonía entre las naciones, amenazada por la agresividad 'anglo'.
Como señalaba Palomares, la Guerra de Ucrania es un acelerador de procesos. El futuro que esperábamos para dentro de veinte años está sucediendo ya. Por una parte, China ha sumado a su liga a una Rusia debilitada, destinada a ser gasolinera a bajo precio del desarrollismo de Asia/Pacífico. Al tiempo, consolida la Ruta de la Seda, que complementaría a las marítimas, tan saturadas, que discurren por el vientre de Asia, por donde importa materias primas y exporta bienes de alta tecnología en proporciones crecientes. Y quizá consolide su rol de hegemón logrando un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania. Logrado su estatus diplomático, culminará el dominio del Pacífico, veremos si mediante la diplomacia, la intensificación de la guerra comercial o la guerra 'caliente', frente a la Liga de los Cinco Ojos y Aukus. Una batalla en la que una Europa debilitada por la fatiga de la historia, su torpeza industrial y geopolítica, y a la que la cosmovisión china sitúa como mercado menguante en un rincón del mundo, tendría un rol también marginal.
Todo apunta a que China lo tiene todo para lograr sus objetivos. Especialmente, un proyecto a largo plazo apoyado por una ciudadanía disciplinada. Pero también presenta debilidades: las disputas territoriales, tensiones internas, la deuda, la demografía, su agresividad comercial, capaz de engullir países enteros, como Sri Lanka, en compensación por créditos pendientes o ese sistema burocrático-partidista, tal vez demasiado escorado hacia la obediencia a la jerarquía... Y está en disposición de proponer ya al mundo nuevos valores políticos y formas de vida. Y, pese al respeto que manifiestan por lo que ellos denominan democracia liberal, todo apunta a que las democracias, tal y como las conocemos en Occidente, van a vivir duras pruebas, animadas desde el exterior e instigadas desde derechas e izquierdas. Lo estamos viendo en EE UU, en Brasil, en Hungría. También en Cataluña. Entre tanto, Europa y, muy particularmente, España, aparecen ensimismadas en disputas estériles, sin proyecto, mientras nuestras economías se paran.
Cuando, en el quicio de la Edad Media con la Modernidad llegaron los primeros europeos a China, no tenían nada que ofrecer a cambio de sus exquisiteces, salvo plata, porque ya tenían de todo. China tienen como objetivo recuperar esa posición, que creen que nunca debieron abandonar. Pero esta vez nada podremos vender, salvo nuestro vulnerable sistema productivo. Porque ya no necesitan plata. Ni siquiera la democracia liberal.
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