Comparto en Galicia una tertulia con Ian Gibson y el moderador nos pregunta si creemos que España se encuentra en una situación de guerracivilismo 2.0. Por las respuestas, se nota que ni el hispanista irlandés ni un servidor sabemos muy bien de qué va ... eso del guerracivilismo 2.0. Si se refiere a que en las redes sociales se vive una confrontación continua entre personas, grupos e ideologías, entonces vale, pues sí, será gerracivilismo 2.0, aunque sería mejor llamarlo guerrauniversal 2.0 porque en las redes lo que hay es un todos contra todos y contra el todo.

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Estoy en paz 2.0 desde que ironicé sobre el cachopo asturiano y me despreciaron en mil tuits desde Asturias, desde que el Cacereño venció en Lepe, escribí que ganarle al San Roque de Lepe era como ganarle a un chiste y mil hinchas leperos convirtieron a mi madre en la reina del lupanar patrio vía Twitter. Después de esas dos experiencias, decidí no leer más comentarios «sociales» y vivo en un estado de absoluto sosiego 2.0.

Se escribe mucho sobre la crispación, la tensión electoral, el enfrentamiento político, las elecciones del 34 y otras comparaciones que dan miedo, pero salgo a la calle y no veo carteles con odio ni escucho discusiones con ira. Lo que hay en España estos días de finales de junio es baile, mucho baile. Hemos cambiado la política por la danza. Si hoy salen a pasear, ya sea por Bilbao, Murcia o Las Palmas, fíjense bien en las marquesinas del bus y las verán llenas de carteles anunciando galas de ballet clásico, fiestas de fin de curso de baile flamenco, maratones de coreografías. La España que baila vence a la España que crispa. El guerracivilismo 2.0 es un chiste, pero sin gracia.

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