He probado dos drogas duras en mi vida: la Biodramina D y el Optalidón. En un viaje en autobús entre Cáceres y Badajoz para ver a mi novia, tomé una pastilla de Biodramina D: no quería que ella me recibiera mareado y a punto de ... vomitar. Cogí tal colocón que, en un rapto de lucidez, llegué a la conclusión de que el marxismo no era la solución, aunque sí podía ser un buen método de análisis social. La lucidez continuaba cuando bajé del autobús y mi novia debió de quedar encantada con mi personalidad «biodramínica» porque se casó conmigo.

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Ahí entra en escena la segunda droga porque en el banquete nupcial tenía tal dolor de cabeza que tomé dos optalidones. Otro colocón y más lucidez: me convertí en un novio poseso que iba por las mesas dedicando las tarjetas del menú a familiares y amigos. Varios lloraron con la dedicatoria y en ese momento decidí ser escritor. Al poco tiempo, las autoridades sanitarias prohibieron aquellas dos drogas y me dejaron huérfano de estimulantes legales para encontrar una lucidez que me ayudara a escribir y discernir.

Ya no soy marxista, pero, lo reconozco, soy machista porque el mundo me ha hecho así. En mi casa, mis hermanas ponían la mesa, hacían las camas, volvían a casa por la noche una hora antes que los varones y, en nuestro mundo, las cosas se hacían por cojones, las mujeres con personalidad tenían dos cojones y las buenas personas eran cojonudas. Desconfío de mis coetáneos que presumen de ser feministas. El feminismo es complejo: exige formación, lecturas, educación, compromiso… Una Biodramina D me demostró que el marxismo era inaplicable. Lo del feminismo es diferente: no necesito estar lúcido para saber que triunfará.

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