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Yo no me acostumbro, qué quieren que les diga. Medio siglo en esta tierra, 50 veranos, y la verdad es que lo del clima puede conmigo. Uno recuerda sus veranos de niñez, con este gris perpetuo, la temperatura alta, y el frío en la playa. ... Pero, pasado medio siglo y habiéndose calentado el planeta con datos indudables, seguimos siendo la pequeña aldea gala donde el sol, por mucho que pelea, no logra vencer.
La mañana lluviosa, la tarde gris, máximas de 20 grados, posibilidad de tormentas. Uno ha leído este pronóstico durante todo junio con la esperanza de que el cambio de mes mejorase la situación. Ha llegado julio y la situación se perpetúa. Ya sé aquello de que somos refugio climático, que se nos abren nuevas oportunidades con respecto a gente que viene a vernos precisamente por eso, y siempre les he hablado en estas páginas de lo bienvenidos que son todos los que nos visitan pero, por encima de ello, estamos nosotros, que vivimos aquí, y padecemos esta ausencia que tanto echamos de menos. Llamémoslo «gentrificación térmica», si quieren.
Y uno ve a los turistas con chubasquero y enfrenta las tardes de verano sin poder hacer nada sino cobijarse. O sumirse en los mismos placeres que reservaba para el invierno, porque no le queda otro remedio. Y, sinceramente, no se acostumbra.
Porque nuestros jóvenes, a los que poca disculpa hay que darles para que se queden en un sofá el día entero tecleando sobre un teléfono móvil, no salen de sus casas si el tiempo no ayuda, y no lo hace, como ven. Las reservas hoteleras decaen, los restaurantes venden menos, y la gente nos cruzamos en la calle con cara de mala leche, echando de menos que, al menos, un mes al año, pudiéremos sentir lo que es vivir el verano.
Los que invierten en la costa asturiana miran al horizonte con este gris permanente y acaso se preguntan si era verdad aquello de que se estaba tan bien al norte del norte. Las sendas rurales, segadas y listas para acometer su gran temporada, se encuentran vacías.
Debe ser el gris de esta mañana el que hace que este panorama que les dibujo tenga idéntico color, pero seguro que mientras leen estas líneas y miran hacia la ventana, mientras ven llover de nuevo a mediados de julio, casi todos, incluso aquellos que dicen odiar el verano, coinciden con lo que les cuento.
Las estaciones tienen sus tiempos y todo lo que no sea eso, es anómalo. 'Primer día de agosto, primer día de invierno', decía mi abuela, así que imagínense lo que nos queda de estío.
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