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A tus órdenes siempre

Dirigió EL COMERCIO, su casa, siempre con una palabra amable y con ese tono mesurado que lo hacía único

Viernes, 29 de septiembre 2023, 01:02

El pasado domingo hacía una mañana maravillosa en la costa asturiana. Lucía el sol y los 23 grandos de temperatura presagiaban un día magnífico de final de verano, para que cada uno hiciera lo que más le apetecía. Acabar San Mateo con la Romería de El Cristo, acercarse a un merendero de la zona rural de Gijón, pasarse por el certamen de sidra natural de Luanco, subir a Cabranes a la fiesta, dar un paseo por el puerto de Tapia de Casariego a la luz del que pueda ser uno de los últimos domingos soleados...

Pero sonó mi teléfono y Paz Alvear hizo que la mañana se tiñera de negro. Marcelino, nuestro director, se había ido esa misma noche, del modo que lo había hecho todo en vida, discreto, sin gritar a nadie, sin molestar, trabajando hasta la última jornada de su vida, y dejándonos, muy muy solos.

Todos esos lugares en que uno podía pasar el domingo son los que Marcelino recorrió como periodista. Porque no le gustaba que le contaran las cosas, les gustaba verlas, tocarlas, paladearlas, para creerlas y después poder contarlas.

Sin hacer ruido, sin apenas dejar nota de su presencia, virtud que le convertía en privilegiado observador de una realidad que llevaba veinte años contando y desarrollando en esta, su casa, en EL COMERCIO. El lugar donde se convirtió en periodista de referencia, donde vivió la digitalización, donde dirigió, siempre con una palabra amable y en ese tono mesurado que todos conocíamos.

No conozco a nadie que hablase mal de Marcelino. Era imposible. Siempre disponible para todos, siempre amable, siempre a las órdenes de los demás.

Nos vimos por última vez el pasado julio, en la entrega anual de los premios de 'Yantar', el suplemento gastronómico de este diario del que Marcelino se mostraba tan orgulloso. Bromeamos porque la ceremonia se celebraba en Oviedo (Deloya, Latores) por segundo año consecutivo, con aquellos que asocian EL COMERCIO a Gijón, y con los que peleamos, hace años, para que cada día sea también más ovetense.

Marcelino recibió a cada uno de los invitados personalmente y los despidió dándoles las gracias. Siempre esa media sonrisa amable y la disposición a escuchar pacientemente lo que tuvieren que contarle, sin interrumpir, sin menoscabar el espacio de los demás.

Lo que les digo, siempre a las órdenes de quien le necesitase.

Pero hoy, mi querido Marcelino, somos nosotros los que quedamos a tus órdenes. A las que nunca nos diste porque tu forma de tratar a los demás fue el convencimiento y no la imposición. A tus órdenes para que, desde donde nos mires, sepas que vamos a intentar que este diario, que era tu vida, siga creciendo con todo lo que enseñaste a los que pasamos por sus páginas bajo tu dirección.

A tus órdenes, Marcelino. Siempre.

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