En el lugar donde se hacen realidad los sueños no había hueco para el Real Oviedo. Al menos por ahora dicen los optimistas, y seguro tienen razón. Pero cuando les escribo estas líneas vivo tan preso de la desolación que no veo mañana ni pasado. ... Solo veo los dos fatídicos minutos del final de la primera parte, y los veo tantas veces, y me siguen quitando el sueño.
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Sé que hemos hablado en estos días del ambiente de la ciudad, y la ciudad era un espectáculo azul el domingo y el anterior, y los niños con la zamarra del Oviedo van a seguir ahí, y crecer con este bicho que se te mete dentro y no te deja nunca. Pero hoy no, lo lamento, hoy no puedo.
Solo puedo pensar en una noche terrible en que un tal Thomas Skhuravy nos metió un gol en el minuto 91 acaso cambiando nuestra historia. Y en el campo del Colloto, el del Ceares, el del Ávila, y el del Espanyol el pasado domingo.
No les digo que mañana no estemos mejor, y que en una semana todo vuelva a la normalidad, pero he visto hombres hechos y derechos llorando en una grada de Barcelona y en Pedro Miñor, niños con la camiseta empapada por el llanto que no tenían consuelo, y eso, sinceramente, cuesta remontarlo.
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Sé que lo sencillo es abonarse al que hay que estar orgullosos, y lo estamos, no lo duden, pero nos cuesta pensar en todo lo que no sea lo que podría haber pasado. En lo poco que este deporte tan cruel hace que se diferencie el éxito del fracaso, en lo cerca que todo estuvo.
Hace años que me prometí no sufrir por esta camiseta, pero sabía que me engañaba, y las taquicardias del domingo me lo recordaron. Y el lunes al levantarse, con una paliza en el cuerpo como si hubiera pasado el covid. No se puede no sufrir por lo que se ama, y dado que el éxito conlleva el sufrimiento, hoy nos toca el lado gris.
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Y temo que nos va a durar un tiempo. El necesario para que el gris se vaya convirtiendo en azulado para volver al azul prístino. El tiempo necesario para llevarnos a cualquier playa de España la camiseta y pasearnos orgullosos con ella.
Pero hoy no. Lo lamento. Hoy solo nos queda pasar el duelo del mejor modo posible, que es solos, sin molestar a nadie, paladeando todo lo que hemos vivido y acaso agradeciendo haber tenido esa oportunidad. Pero duele, y duele mucho.
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