Les imagino, como a mí mismo, intentando regresar a casa, volver al trabajo, instaurar en sus vidas la gris rutina que nos acompaña once meses al año, con la dificultad de ser un año mayores y tener menos ganas en cada reinicio, únicamente esperanzados en ... ese próximo puente que tenemos cerca, en el siguiente un poco más lejano, o en volver a reencontrarse con los amigos y la familia que, al final, son lo que nos da estabilidad.

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Y la semana que viene, cuando ya asumamos que el estío concluyó, volveremos a hablar de inmigración, de amnistías, de la glorieta de entrada a Oviedo, de la huida de Puigdemont, de la crisis de la FSA, de todos los asuntos capitales que ahora, que vemos el abismo de acabarse agosto, aún no apetecen ni convienen.

Por ello, y a fin de que todos regresemos con la pausa y la progresión que merece todo reinicio, hoy les traigo una pequeña aventura veraniega que espero nos mitigue las dificultades de ese septiembre que ya nos muestra los ojos.

Imaginen que un amigo suyo, al que solo ven en verano, divorciado, y con quien pasan unos días en la playa, bajo el sol, sobre la arena y frente al mar, les cuenta que se ha vuelto a enamorar. En un país en que hablamos de desempleo e inflación, de desigualdad territorial o desgobierno, es una noticia preciosa.

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Y un día, coincidiendo con una onomástica de su amigo y su pareja, les pide que le acompañen a comprar un ramo de flores. Solo la sonrisa que porta su amigo, y ese brillo en los ojos que solo se predica del enamoramiento hacen que merezca la pena pasearse en una localidad del sur bajo el sol abrasador que reina de abril a noviembre.

La voluntad de su amigo es comprar un ramo de rosas (17 en concreto, no me digan porqué) y enviarlo de modo anónimo a su nuevo amor, a la dirección de su oficina, favoreciendo con ello el efecto sorpresa que se perdería de incluir una tradicional tarjeta. Parece bonito y sencillo, pero al parecer es imposible.

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La floristera (nos) informa que no puede enviarse de modo anónimo y que ha de contener los datos del enviante. Que ella misma ha de disponer de dichos datos íntegros. Que la LOPD la obliga a disponer de dichos datos y que no es la primera vez que se le persona la policía en su tienda – al parecer en supuestos de acoso o violencia psicológica de pareja – exigiéndole dichos datos, e incluso si la destinataria se lo solicita está en la obligación de disponer de dichos datos y revelarlos a la misma, con lo que la Federación de tiendas del ramo (o como denominen a ese organismo) les ha recomendado (e impuesto) recabar dichos datos e instar a los clientes a incluirlos en el envío, bajo apercibimiento de las consecuencias y que, en caso contrario, no envía nada.

Al parecer, el enamoramiento de mi amigo tiene en la Ley Orgánica de Protección de Datos de carácter personal un enemigo feroz. Da igual que prometiere que su amor era limpio y sincero, que inicia una relación y necesita dosis de improvisación. Nada fue efectivo.

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Le dejé, esa mañana de agosto, circunspecto, camino de una tienda de bombones, a ver si tenía más suerte, y barajando volver a Madrid y llevarlos personalmente. Esa fuerza del amor novedoso no conoce de obstáculos ni kilómetros de distancia.

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