He tenido este artículo comenzado varias veces, avanzado otras tantas y casi concluido, pero finalmente decidía no hacerlo. Me preocupaba que se malinterpetrara intencionalmente y esta ciudad nos otorga todos los días actualidad que comentar.
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Hemos de principiar diciendo que la mendicidad es un mal ... de esta sociedad, absolutamente humillante para quien se ve obligado a practicarla y que demuestra nuestro fracaso, al menos parcial, como estado social. Nada me produce más respeto y más lástima que una persona obligada a pedir para poder comer, vestirse, o tener un techo.
Y por eso me he censurado a mí mismo en varias ocasiones, pero hoy ya no. Porque tengo tanto respeto por quien se ve obligado a mendigar que me produce más irritación aún quien comercia con esa necesidad o la ejerce de un modo que no corresponde con la obligación de quien no tiene otra cosa.
En la puerta de la Catedral de Oviedo (y en otros lugares cercanos del Oviedo Antiguo) hay un tipo, hace años, que parece mendigar. No piensen que va mal vestido ni aquejado por una enfermedad. No le imaginen postrado en el suelo bajo la lluvia.
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Se coloca en la puerta de la Catedral, se acerca a los ciudadanos (fundamentalmente turistas) y cuenta historias lacrimógenas sobre el fallecimiento repentino de su padre, una enfermedad de una supuesta esposa, o la necesidad de coger un transporte público para acudir a una urgencia. Insistente y molesto, pero habría que tolerarlo, agradeciendo acaso no vernos en esa situación.
Pero, a partir de aquí, cuando al que se dirige decide no darle nada, comienza su particular espectáculo. Maldice, bracea, grita, señala con el dedo. No piensen que padece ninguna enfermedad mental, le he observado durante horas antes de decidirme a trasladarles esto.
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Persigue durante unos metros a su presa con insultos velados, pequeñas amenazas, lastimeros llantos fingidos. Y lo hace todos los días. A todas las horas.
Lo he visto a diario durante años, y no he dicho nada. Pero la pasada semana pasaba cerca cuando dos chicas y un chico, de unos 15 años, pasaron delante de la Catedral. Se dirigió a ellos, les contó alguna película de terror de esas que tiene en su elenco personal y ellos decidieron seguir caminando. Entonces gritó, sollozó, montó su particular circo, e incluso se atrevió a amenazar a gritos al muchacho diciéndole que como le viera reírse le iba a romper la cara. El muchacho se volvió para decirle que no se estaba riendo, por supuesto, que le dejara en paz. Aún se acercó a él, afrentándole, hasta que el muchacho, requerido por sus acompañantes, decidió continuar la marcha.
No le conozco, no sé de dónde es ni a qué ciudad volverá, pero sé que contará siempre que, en el corazón de Oviedo, un tipo le insultó y le amenazó porque decidió no darle una limosna. Y como él, entiendo que decenas a diario.
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La situación es intolerable. Creo que la Policía Local, que hace bien su trabajo y patrulla la zona incansablemente, ha de conocer esta situación, aunque quizá, como yo, es blanda porque nadie les acuse de detener a un mendigo.
Pero no se equivoquen. No es un mendigo. Es alguien que finge, coarta, insulta y amenaza. Y todo esto son delitos.
No puede tolerarse que bajo la apariencia de necesidad como otros tantos en nuestra sociedad que la padecen, un tipo monopolice el centro de Oviedo con amenazas e insultos.
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No puede permitirse un día más. Por mi parte, el trabajo está hecho.
Ahora toca que lo hagan los demás.
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