La ceremonia de entrega del 'Ovetense del Año' ha logrado anclarse en el calendario de la ciudad como uno de esos momentos especiales en que nos reunimos muchos de los que admiramos cada año al premiado y le acompañamos para agradecerle su amor por la ... ciudad, sus desvelos por que mejore, sus inversiones para que crezca, sus criterios a fin de ubicarla, aún más, en el panorama nacional e internacional.

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Allí se glosa la figura del homenajeado, se ve a amigos, se conversa y se tratan, en una mesa, que es uno de los mejores lugares para hacerlo, los interesantes asuntos que esta pequeña capital del norte nos deja a diario. Este año, 300 personas acompañamos a José Manuel Ferreira, premiado por su ímproba labor de construcción y crecimiento de la ciudad, y le escuchamos narrar cómo ama a esta ciudad, cómo, en palabras del presidente Barbón –siempre brillante en sus discursos, nadie podrá negarlo–, no es bienvenido quien no tenga la condición de «querer a Oviedo».

Ya le dedicamos una columna a José Manuel Ferreira en este mismo espacio con ocasión de la inauguración de El Vasco. Nunca está de más insistir en lo óptimo. El Vasco ha cambiado la ciudad, ha polarizado la atención personal y comercial, e incluso ha desplazado el centro hacia su entorno. El alcalde lo explicó claramente: la nueva entrada a Oviedo, el bulevar que protegerá Santullano, La Vega y El Vasco, es un póker de ases que para sí quisieran muchas capitales no ya de nuestro tamaño y capacidad económica, sino mucho mayores y más relevantes.

La huella de alguien como Ferreira es de las que porfiará durante años en demostrar que la voluntad y el esfuerzo vence casi todos los obstáculos. Su amigo y presidente de la Cámara, Carlos Paniceres, nos contó cómo José Manuel no entiende el 'no', sino el 'veremos' y cómo ha hecho del diálogo con todos, el esfuerzo común y el trabajo en equipo, su leitmotiv vital. Y no es poco, en tiempos en los que muchos siguen pensando que liderar es gritar e imponer, abusar y someter, ganar o perder; verbos, estos últimos, incompatibles con la creación de proyectos en sana competencia.

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Una vida de trabajo no se resume en un proyecto, pero acaso un proyecto resume una vida de trabajo. El modo en que uno cree que se pueden hacer las cosas, con la doble receta del trabajo y la fe en que las cosas se logran. Y El Vasco es un gran ejemplo.

No es un criterio técnico. No lo es jurídico. No lo es urbanístico. Es un criterio vital. Tomaba algo con unos amigos en uno de los establecimientos de El Vasco y escuchaba a unas crías, más o menos de la edad de mis hijas, comentar mientras comían unas hamburguesas –no duden que los escritores somos ladrones de vidas y conversaciones ajenas, porque nuestros relatos no dejan de nutrirse de lo que ocurre a nuestro alrededor–. Allí escuché que venían de la cuenca del Nalón y que visitaban Oviedo, en esa jornada concreta, solo porque querían conocer El Vasco. Habían caminado toda su plaza superior, habían entrado en dos o tres establecimientos y alababan, que, a cinco minutos de allí a pie, volvían a coger el transporte público que, gratuito por su edad, las retornaría a Langreo, a La Felguera, a Ciaño.

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Y esa es la huella de un 'Ovetense del Año' en una ciudad. Más allá incluso de la loa de urbanistas o economistas. De hosteleros o asociaciones de construcción nacional –que también las hay para El Vasco– sino acaso el hecho de que unas jóvenes vienen a Oviedo solamente a conocer El Vasco, como quien viene al Bellas Artes, al Filarmónica, al Calatrava, al Arqueológico, a la biblioteca de El Fontán.

Pasar a la historia con una presencia así, sinceramente, es lo que muchos queremos para nosotros mismos.

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