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Cuando aún nos bailan un poquito los pies y repiquetean imaginariamente nuestros dedos con la música de San Mateo y sus diversos escenarios en nuestros oídos, conocemos estos días por redes sociales y prensa que esta será la última temporada de La Salvaje, la sala ... de conciertos ovetense que, primero como establecimiento, y durante los últimos años como escenario, ha albergado las actuaciones de cientos de nuestros músicos.
Y con ella se va uno de los lugares en que los músicos pueden compartir sus creaciones con el público. Parece que se apaga San Mateo y llega el silencio a las calles. Llega el otoño, menguan los días, llueve más de la cuenta siempre y parece que la ciudad se apaga.
La música en directo está prohibida en bares y restaurantes (no se sorprendan, así es, igual que no se puede hacer un centro comercial grande porque la normativa es absurda, salvo que el alcalde de Siero logre remediar semejante ilógica) por normativa de la comunidad autónoma, así que cada vez que vean a un músico cantando y compartiendo sus acordes, sepan que lo hace sabiendo que en cualquier momento puede aparecer la Policía Local y apagarle el micro.
No hay salas en Oviedo (ni en Asturias) que permitan albergar conciertos para 500 a 1.000 personas. Cada barrio monta unas carpas para sus fiestas, y San Mateo organiza La Ería, pero el resto del año queremos que siga sonando el rock, el pop – y hasta el reguetón, qué le vamos a hacer – y, sin embargo, no hay salas al efecto.
Los promotores musicales y los organizadores de conciertos llevan años denunciando que hacer un micro abierto o un concierto es cada vez más difícil y que, a salvo de las grandes giras que pueden pagar un teatro (el Filarmónica, el Palacio de Congresos) el músico medio, que puede llevar un millar de personas a su actuación, no tiene dónde hacerlo. Los grupos que nacen, que necesitan tocar y compartir su música para aprender y difundir, carecen de un espacio ad hoc en la ciudad. Pero es un mal genérico, Gijón o Avilés no están mejor.
Y con el cierre de La Salvaje se va otro espacio más y nos quedamos más huérfanos. Allí hemos visto y oído a grupos que hoy llevan consigo millares de fan detrás, pero que comenzaron tocando para unas decenas de locos que les queríamos escuchar un oscuro jueves de noviembre.
Necesitamos que no pare la música. El otoño y el invierno ya se nos hacen suficientemente duros como para no aderezarlos con las notas y las letras de quienes saben que, sin sus acordes, somos menos humanos.
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