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No es la primera ni la última vez que tengamos que traer a esta columna episodios desagradables protagonizados por jóvenes. No es la primera que les cuento haber visto llegar a alguno de nuestros chavales a horas muy avanzadas de la mañana, cuando muchos llevamos ... horas trabajando. Esta misma semana ha sido noticia el juicio del famoso video de San Timoteo, tan desagradable en fondo, forma y difusión. No siempre podemos traer las mejores palabras, lamentablemente.
Pero esta semana he participado en unas jornadas formativas dedicadas a jóvenes. Allí, un grupo de docentes nos alejábamos de impartir tediosas charlas acerca de aspectos teóricos que, como siempre digo a cualquier alumno, se explican mejor en los libros y en las web y los que van a aprender leen mejor que los que ya lo conocemos.
Allí, muchos profesionales de varias ramas, contábamos, durante varios días, experiencias profesionales diversas. Desde una profesión liberal, desde el trabajo público, desde quien tiene una furgoneta de transporte, desde aquellos que limpian nuestras calles, desde los que hacen que los ascensores no se paren…, aspectos multidisciplinares que solo pretendían enriquecer.
Y allí conocimos a un grupo representativo de nuestros jóvenes. Entre 16 y 20 años. Con ganas de escuchar (algo tan distinto a 'oír, que es involuntario, mientras la escucha paciente es un producto en desuso) lo que pudiésemos contarles.
Preparados, maduros, con expectativas, con ilusión. Con muchas y muy buenas preguntas. Valorando sus aspiraciones de futuro siendo absolutamente sinceros consigo mismos y con los demás acerca de sus limitaciones, de todo tipo.
Deportistas algunos, músicos otros, lectores los más. Educados y respetuosos. Con quien se puede hablar de política, de religión, de sexualidad o de fútbol. Que respetan y al mismo tiempo opinan con tiento.
Habitantes de una región en reconversión hace tantos decenios que ya ni recordamos y con unos jóvenes que estudian, trabajan (o ambas cosas), que saben divertirse pero tienen claro que esta es su tierra y quieren pelear por quedarse en ella siempre que les sea posible. Conscientes de que allá afuera hace mucho frío en cualquier profesión pero sin miedo a enfrentar el relente.
Y por eso, porque me fui de allí enormemente satisfecho con ellos, orgulloso de haberlos conocido y creo que pueden representar perfectamente a la nueva generación de asturianos, de los que en ocasiones decimos pocas cosas buenas, he querido traérselo hoy a esta columna.
Para que, cuando tome el café por la mañana, pueda mirar al muchacho que tiene al lado en la barra y sonreírle con orgullo.
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