El principal club de baloncesto de esta ciudad es un orgullo para todos los ovetenses. Sufrimos con sus ascensos y sus 'play off' y 'play out', y Pumarín se ha convertido en un fortín para los contrarios que vienen a jugar contra el OCB.

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Como ... es el mejor club de la ciudad, tiene la mejor cantera. Todos los chicos y chicas de todas las categorías quieren jugar allí, como quieren hacerlo en el Real Oviedo aquellos que juegan a fútbol. Tienen, por ello, los mejores equipos en todas las categorías y, según van creciendo, el objetivo es nutrir el primer equipo, o a un grande de la categoría femenina.

Pero no todo vale. El pasado sábado viví un partido de baloncesto con un espectáculo dantesco. Simplemente diré que eran crías de entre 15 y 17 años. El equipo local jugaba contra el OCB de su categoría, y verdaderamente no se jugaban nada, pues la liga ha acabado y juegan una competición cuya finalidad fundamental es que tengan actividad hasta fin de curso. Las locales sabían que estaban abocadas a perder y quizá a recibir un marcador dilatado.

Pero no es tolerable lo que allí vivimos. Desde el primer momento, el OCB fue muy superior. El marcador era favorable al visitante desde momentos iniciales. La diferencia cualitativa de los equipos era muy notable. Eran mejores, muy superiores, no hay nada que decir aquí.

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Pese a ello, pese que la distancia era superior a los 30 puntos ya en el primer cuarto, pese que se habían logrado 73 puntos de anotación al descanso, por 14 del local, el entrenador del OCB daba instrucciones constantes a sus jugadoras para presionar al rival en su propio campo, robarles el balón, anotando constantemente, tirando triples.

Alguna de las locales peleaban como podían, otras querían abandonar la cancha ante lo que estaban padeciendo, pero ninguna de ellas lo hizo, aunque tuvieran las lágrimas a punto de salir. Así, hasta el final. El marcador fue 31-128. Sobraron 30 de los 40 minutos, pero sobre todo sobró humillar a nadie. Eso no es deporte.

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Si alguien cree que tener a las mejores jugadoras de baloncesto de 15 a 18 años conlleva enseñarles a humillar a un rival netamente inferior, es que no sabe nada de deporte. Sus jugadoras irán a algún lugar en alguna ocasión en que les ocurra lo mismo, y supongo que tendrá que ver sus lágrimas, no por perder, que es consustancial al deporte, sino porque alguien te avasalle hasta el punto de hacerte perder la dignidad en una cancha.

Acabó el partido y todos aplaudimos durante un buen rato a las perdedoras. Las que habían perdido por casi 100 puntos. Orgullosos de ellas. De haber aguantado lo que les habían hecho en una cancha, una tarde de mayo, absolutamente innecesario, absolutamente inhumano.

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Por primera vez en mi vida, no quise ser fan del equipo que ganó. Me hubiera avergonzado.

Y ese es un lujo que el principal club de baloncesto de esta ciudad no se puede permitir.

Hacer deporte es aprender, compartir, educar. Ganar o perder es lo de menos. Algunos, lamentablemente, no lo saben. Algunos jóvenes acaban pagando emocionalmente, cuando les vienen malas, las desmesuras de quienes les dijeron que por encima de todo está la victoria.

Espero que quienes están al mando, entiendan que nuestros jóvenes son lo importante. El marcador se apaga y ya nadie se preocupa por él. Pero lo que nuestros chicos y chicas aprendan será lo que les quede toda la vida.

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