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Leía en estos días la enésima incoherencia de un ministro, en este caso de cultura, que hablaba de que debíamos plantearnos «descolonizar» los museos. Esto, para el Sr. Urtasun pasa por devolver las piezas que hayan venido de otros lugares que no sean España. Y ... eso referido a un Imperio que fue dueño del mundo entero, allá por 1580, no es poca cosa.
Pensaba en ello en estos días mientras visitaba el British Museum, aquejado permanentemente de la crítica por poseer momias, restos del imperio asirio, muestra de la china de hace 3.000 años, y objetos de todo el mundo que otro imperio, el británico, se fue trayendo de todo aquello que fue suyo.
Entra el ministro en esta polémica justo cuando en México nos desprecian y llaman «asesinos» por la conquista, educación y evangelización de América, y se alinea con los que no son los nuestros, pero allá cada uno con lo que dice, y con lo que calla.
Solamente quiero reflexionar sobre la nueva visión que desea hacerse de la Historia, en que todo acto pasado fue malo, donde los imperios históricos han de ser borrados de los libros, donde se pretende dejar solos a países emergentes que desprecian a quienes colaboran con ellos en políticas migratorias o sociales.
Y me planteaba que, en Asturias, tierra rica en museos, tenemos, como en todos, numerosas piezas que no son originarias de esta tierra, fruto de los viajes (como emigrantes o inmigrantes) de otros que han atravesado el mundo para pasar por este pequeño lugar del norte, o quedarse definitivamente en él.
Pásense por el museo arqueológico de Oviedo y lo comprobarán. Qué no decir del Museo de Bellas Artes, o del Museo del Pueblo de Asturias y, acaso por encima de todos, el museo de la emigración de Colombres, fruto de los «indianos» que pasaron parte de su vida en aquella tierra lejana y se trajeron recuerdos de lo que fue su vida allí o muestras de cómo se vivía en aquellos lugares que les acogieron.
Y, a la inversa, me pregunto qué deberíamos hacer con los Centros Asturianos de Buenos Aires o La Habana, donde la huella de esta tierra se materializa en unas madreñas, una montera picona, un pegoyo de un hórreo…
Y al final, para unos y para otros, perder la huella de una vida fuera del lugar donde uno nació, es un empobrecimiento contrario precisamente a lo que busca la cultura, que, con base en la memoria, pinta, escribe, talla o recuerda.
Para que los que vengan después, conozcan lo que ocurrió. Y aprendan a no cometer errores (en su caso) o crezcan con el legado cultural que les dejamos.
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