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He de reconocerles que no era muy sidrero. Quizá mi niñez, en que las sidrerías (algunas, no me generalicen) eran un lugar no precisamente limpio, con serrín por el suelo, con el permanente olor de la manzana macerada, donde la gente gritaba, fumaba y cantaba, ... colaboró a que durante años, me alejase de aquellos lugares voluntariamente. En verano, la sidra que llegaba a 'les fiestes de prau' era una especie de líquido avinagrado que distanciaba a cualquiera. Y así, pasaron los años.
Sin embargo, como todo, cambió a mejor. Ahora las sidrerías son lugares espectacularmente limpios, donde se sirve la mejor gastronomía asturiana, donde se escancia, donde no se fuma y donde se canta, efectivamente, pero con orden y conciertos celebrados ad hoc.
La sidra es un producto con denominación de origen, que representa lo mejor de la cultura asturiana. Es un producto a exportar y la única en el mundo (frente a otras muchas variedades que pretenden ocupar su lugar, sin éxito perenne) y que aporta la curiosa solidaridad de una botella en común y un vaso también común en ocasiones.
Ahora la cultura sidrera asturiana ha sido reconocida como patrimonio mundial inmaterial por la Unesco. Han visto ustedes el emotivo discurso de la consejera o la miembro del jurado que entonaba tímidamente el 'Asturias' de Víctor Manuel sobre el poema de Pedro Garfias.
Pero, por encima de todo, lo que se ha reconocido es un modo peculiar de vivir y compartir. Uno puede ir a cualquier bar del mundo sin variar un ápice su rutina. Pedir una cerveza autóctona, un vino de la tierra, un licor de la localidad, pero solo en un pequeño rincón del Norte de España puede ver a un tipo con un brazo en alto escanciando un licor producido con manzana de esa tierra, seleccionada cuidadosamente, que ha superado la climatología y las enfermedades del campo, para llegar a esos establecimientos donde el tono desenfadado y la alegría de la bebida se comparte.
Basta que usted se dé un paseo esta tarde por la calle Gascona. El puente festivo le hará escuchar muchos idiomas en quienes nos visitan. Y todos ellos acuden a probar esa bebida amarilla y especial, a debutar en el arte de beberse el vaso completo de una sola vez, a sonreír de la experiencia, a poder contar en Estocolmo o en Amberes, en Pekín o en Tegucigalpa, lo que han vivido y grabado con sus móviles, que, insisto, no hay en otro lugar del mundo.
La sidra lleva la gastronomía asturiana de la mano, nacida para maridar con su producto propio y exportar al mundo lo que aquí vivimos, notablemente evolucionado desde nuestra niñez y que ahora sabemos que nos representa, que es lo que somos, que debemos colaborar para que siga siendo mejor. El reconocimiento mundial nos pone en el mapa, pero nosotros, aquí, esta misma tarde, tomaremos unos culinos para homenajearnos a nosotros mismos, que no siempre nos premian, y ese premio es de todos los asturianos, estén aquí o se encuentren en cualquier lugar del mundo.
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