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He de reconocerles que no era muy sidrero. Quizá mi niñez, en que las sidrerías (algunas, no me generalicen) eran un lugar no precisamente limpio, con serrín por el suelo, con el permanente olor de la manzana macerada, donde la gente gritaba, fumaba y cantaba, ... colaboró a que durante años, me alejase de aquellos lugares voluntariamente. En verano, la sidra que llegaba a 'les fiestes de prau' era una especie de líquido avinagrado que distanciaba a cualquiera. Y así, pasaron los años.

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