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Cuando un ovetense come una buena tortilla de merluza (como la que ahora han recuperado algunos restaurantes como «Mar de Llanes» en la calle Águila) sigue recordando, en ese paladeo, los clásicos que cocinaban ese y otros platos que nos devuelven a la niñez. Y ... ahí vuelven a salir los nombres del «Marchica» o del «Cantábrico». La gastronomía es el recuerdo de tiempos mejores, decía el clásico y uno ubica perfectamente dónde probó determinado producto, y ese recuerdo se nos ubica en algún lugar del cerebro donde se vuelve indeleble.
Han sido muchas las columnas en que hemos lamentado el cierre de establecimientos de esta ciudad. No solo bares y restaurantes, librerías clásicas, mercerías que nos dejan sin lugar para comprar un botón, talleres donde nos reparaban un electrodoméstico ahora condenado irremediablemente al contenedor especial de COGERSA…
Han sido muchas las caras largas al ver el cartel de una inmobiliaria en locales señeros del centro de la ciudad. Lugares donde nuestra mente había asociado un sabor, una prenda, una decoración. Cada día desaparecen 100 negocios históricos en España, dice la estadística, incapaces algunos de adaptarse al nuevo modo de comprar y vender, lastrados otros por los precios imposibles de arrendamientos y materias primas, abandonados otros por las nuevas generaciones tras las que los mantuvieron, contra viento y marea, tras la barra o el mostrador.
Por eso, cada vez que uno que se nos había ido vuelve a la vida es una gran noticia. Ahora lo hace el «Dólar». Un histórico. Una parte de todos los que transitamos por ese centro histórico hace ya unos decenios.
Lugar emblemático para los cercanos al mundo del Derecho, pues se ubicaba en ese triángulo que ocupaban históricamente la Audiencia Provincial, el Tribunal Superior de Justicia y el colegio de abogados, y sobre los que reinaba el edificio histórico de la Universidad de Oviedo.
Pero no solo para los togados, que allí vivimos charlas jurídicas interesantes en torno a un café, sino para todos los ovetenses que sabían que fue siempre un lugar agradable, con esa decoración de café clásico europeo que hubo de mutar, como todo, para no verse devorado por el tiempo y sus mudanzas.
Ahora regresa, como restaurante novedoso, de la mano de un luanquín con ganas de no permitir que la ciudad pierda un referente en un lugar inigualable. Solo ver su carta en internet hace que apetezca pasarse hoy mismo a probarlo. Y solo la valentía de hacer regresar al «Dólar» a la vida merece nuestra visita reiterada.
Pero, sobre todo, cuando uno pase cerca, podrá volver a mirar ese frontal iluminado, y escuchar el ruido de los clientes, y acaso una música liviana
y el olor de las viandas cocinándose, frente a la oscuridad y el silencio que teníamos. Estos últimos, nunca aportan nada.
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