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Releo en estos días La Regenta, pues, con ocasión de su 140 aniversario que celebramos este 2024, participaré en varios actos sobre la novela y nunca es mal momento para volver a pasar un rato con don Fermín de Pas y doña Ana Ozores.
El ... caso es que, acabado el verano, doña Ana tenía sus peores meses de tedio y crisis cuando se iba la luz y Vetusta se convertía en un eterno circular de las mismas cosas y las mismas gentes. Al llegar noviembre, solo el pequeño veranillo de San Martín la sacaba momentáneamente de ese marasmo y, de nuevo, hasta pasada la Navidad, la ciudad dormía su perenne siesta que la hizo tristemente famosa.
Recordaba estos días estos avatares de nuestra novela señera a la luz del cambio de hora que, precisamente, nos priva de luz en las tardes hasta el próximo mes de marzo en que volveremos a repetir idéntica dinámica.
Les prometo que he intentado entenderlo, he leído sobre las recomendaciones de la Unión Europea al respecto y he comprendido, acaso únicamente, que nuestro tramo horario correcto sería el de Londres y Lisboa, que el dictador Franco cambió para sentirse más cerca de Italia y Alemania, sus aliados ideológicos.
Pero no soy capaz de comprender para qué necesitamos luz a las 6.30 de la mañana y la echo de menos enormemente a las 18 de la tarde. Y a las 17 en los días duros de diciembre. La echo de menos como Ana Ozores, y temo caer en la depresión que ella padecía ante la falta de luz de estos meses. Nada se puede esperar de un mes que empieza con el día de los muertos, decía mi abuelo.
Y sé que sesudos científicos apuestan por no volver a cambiar la hora, pero dejarnos en el horario de invierno para siempre. Y discrepo con ellos enormemente. Los años que me toque disfrutar de este lugar del norte, quiero tardes eternas y, a poder ser, soleadas. Y tomar una cerveza a las 23 horas en las Illas Cíes un día de San Juan.
Y no me importa si a las 6.45 de un frío día de noviembre es de día o de noche. Pero como Ana Blandiana nos enseñó el otro día en el Campoamor, la corrección política es la nueva censura de los países libres.
Y no quiero censurarme. No quiero inviernos eternos y oscuros como Ana Ozores. Quiero luz en nuestras tardes y en nuestras vidas. Y vivir un eterno verano en un pequeño lugar del Norte que ya nunca duerma más la siesta.
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