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El ya exdirector del Museo de Bellas Artes participó esta semana en sus últimos actos en el cargo. Volvió para despedirse a su otra casa, la Universidad de Oviedo, donde tantos años estudió, se formó y formó a otros. Contó allí la Consejera de Cultura ... un poco del legado que deja Alfonso Palacio en esta su casa, y lo que ha convertido este Museo de Bellas Artes en el que tanto trabajó.
El legado de Palacio es ingente. No se lo contaré. Basta que tiren de hemeroteca y vean todo lo que hemos tenido en estos últimos tiempos aquí, en la Plaza de la Catedral. Solo quiero destacar cómo se ha acercado a nuestros niños, que ya no ven en el Museo un lugar hostil y desconocido, sino un lugar afable, donde se pasea y se aprende. Solo con esto sería suficiente, pero sin duda hay mucho más.
Y el Museo sigue ahí. Y es un orgullo de esos de los que presumimos poco los asturianos. Cuando tengo una visita de alguien que decide venir a conocernos, incluyo siempre un paseo por una de las pinacotecas más espectaculares del país. Dotada. Gratuita. Agradable. Un lujo cuya difusión nos está encomendada a los asturianos igual que les llevamos al Prerrománico o a la Laboral. A Valdedios o Covadonga. Al Tartiere o al Molinón, al gusto de cada uno.
Y allí ven a Sorolla y a Picasso, a Piñole y Degraín, a tantos que, boquiabiertos, en ocasiones, se sorprenden de que en una pequeña ciudad del Norte, se cuide el arte del modo que lo hace el Bellas Artes hace decenios. Nos quedan cosas por hacer, sin duda, como agradecer perpetuamente a Pérez Simón su compromiso con esta tierra o ponerle una alfombra para que definitivamente se pueda desbloquear tener el lujo de que su colección acabe en Asturias. Pero son retos diarios, que solamente harán el Museo un poco mejor.
Si ustedes visitan la galería de las Colecciones Reales en Madrid (no se la pierdan) encontrarán dos o tres obras legadas por el Bellas Artes de Asturias. En diciembre, en mi última visita, me lo mostró una niña asturiana, hija de unos amigos, que tiene 9 años. Y me lo enseñó con orgullo. Y me contó que había ido con otros niños, un sábado por la mañana, donde les habían explicado tres cuadros mientras un violinista les ponía música. Y que lo recordaba como una experiencia muy bonita.
Ese orgullo de que, en Madrid, en Nueva York o en Bilbao, una niña asturiana vea un cuadro del Bellas Artes y corra a contar que esa obra es de su tierra es parte del legado de Alfonso Palacio. Es parte del Bellas Artes. Es ir haciendo nuestra Historia día a día.
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